Ayer hablaba con un compañero del running team donde entreno. "Y, ¿estás haciendo algo de deporte en la cuarentena?" le pregunté. "Muy poco, hay cuatro dÃas que no hago nada", me contesta. "...o tres que sÃ", le retruco. Es que, claro, para los que usualmente hacemos deporte muchos dÃas a la semana, bajar a tres dÃas se siente como poco. Él, además, entrena fuerte, se estaba preparando para mejorar sus marcas en las carreras de este año, como varios de mis compañeros en el equipo. Yo pasé de ejercitarme en casa con algunas pesas que compartÃa con mis vecinos, a hacerlo únicamente de modo virtual, a medida que fueron cambiando las condiciones de la cuarentena y se volvieron más estrictas con el transcurso de las semanas.
Desde que generé el hábito de entrenar, no me resulta un esfuerzo hacerlo salvo las excepciones que a veces ocurren (cansancio, malhumor o simplemente falta de ganas) e incluso cuando aparecen, lo hago igual en la mayorÃa de los casos. Lo que me cuesta, sin dudas, es manejar mi cabeza y lo curioso es que sucede tanto cuando no tengo ganas como cuando sà las tengo. Esta cuarentena es el mejor ejemplo, dejó en evidencia lo mismo que, pienso, le pasó a mi amigo; esa exigencia, el "tengo que" o "deberÃa". Porque detrás de la exigencia están todos esos prejuicios inútiles como que si no entreno voy a perder masa muscular, o que voy a bajar la velocidad corriendo o no voy a lograr mis metas. Seguro que van a modificarse muchas cosas, sólo que llevarlo al extremo no ilustra la realidad de la situación.
Seguà conversando con mi amigo, recordándole el momento que estamos viviendo que de por sà ya es difÃcil de atravesar y sumarle estas exigencias no contribuye a nuestro bienestar para hacerle frente, tenemos que ser nuestros propios aliados, como solÃamos decir con una amiga, si no nos apoyamos nosotros a nosotros mismos entonces ¿qué sentido tiene? La culpa, la exigencia, pasarla mal cuando podemos pasarlo al menos un poquito mejor ¿no tiene más lógica?
La comida es un capÃtulo aparte y en lo personal, es algo que disfruto muchÃsimo porque amo comer. Las primeras semanas fueron relativamente fáciles pero pasó el tiempo y un poco que derrapé (chocolate, mi perdición). Y hace unos dÃas, sola en casa, dije "tengo ganas de hacer una picada". Soy vegetariana asà que resolvà con algunas cosas muy básicas y con lo que no puede faltar jamás en mi heladera, aceitunas verdes y griegas. Y una copa de vino tinto, porque no suelo tomar alcohol.
Mi picada fue un festejo, la disfruté mucho y lejos de sentir culpa por todo lo que habÃa comido dije "me la merezco" y, ¿por qué? por lo mismo que nos la merecemos todos, porque la vida, a pesar de este momento duro, también es hermosa, porque podemos disfrutar de pequeños momentos como una pequeña picada incluso en medio de una cuarentena. Porque existimos, entre todas las millones de probabilidades de que eso no ocurra, a todos nosotros sà nos tocó hacerlo. Y no, no soy la optimista con ceguera crónica que sueña con espejitos de colores, quiero impregnar este momento de un poco de benevolencia para con nosotros mismos, dejar de machacarnos porque no estamos siendo productivos, porque no estamos haciendo deporte, porque estamos comiendo el doble.
Suavizarnos, esa es la palabra. Creo que es otra de las cosas que quiero recordarme para cuando volvamos a la rutina diaria, tratarnos mejor de lo que solemos hacerlo y cortar un poco con tanta exigencia. Salud!