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  • Foto del escritorFiorella Levin

Mundial de escritura - Día 3

Desperté temprano con la nueva consigna, el mail decía "El ejercicio de escritura de hoy propone jugar con la primera persona y la ficción y viene de la mano de la escritora argentina Florencia Etcheves (Argentina, 1971). Es escritora y periodista especializada en casos policiales. Es coautora, junto con sus colegas Liliana Caruso y Mauro Szeta, de "No somos ángeles" (2007) y "Mía o de la tumba fría" (2009). Es autora de las novelas policiales "La Virgen en tus ojos" (Planeta, 2012), "La hija del campeón" (Planeta, 2014), "Cornelia" (Planeta, 2016), "Errantes" (Planeta, 2018) y "La Sirena" (Planeta, 2020), su última novela.


Cortito y al pie la descripción del video de Florencia para escribir fue:

"Mi abuela es el lobo feroz"


Y ampliaba con lo siguiente: "Harta de leer historias en primera persona sobre abuelas fabulosas, que huelen a talco de rosas, que cocinan como los dioses, tengo ganas de leer a una abuela distinta, a una abuela cruel, villana, a una abuela lobo feroz"


Esta consigna me resultó desafiante no desde la escritura como las dos anteriores sino por el hecho de tener que imaginarme una abuela mala, si bien hay excepciones, no lograba imaginarme una abuela mala, villana y cruel. Pero lo logré y este es el resultado:


Se llamaba Elvira y la muy turra vivió noventa y siete años, en lo que consideré, fue un intento de terminar de cagarle la vida a todos, especialmente a papá. Cuando mi hermana melliza y yo tuvimos edad suficiente para comprender las intenciones de las personas, entre nosotros comenzamos a llamarla Elvira-mala-espina. Si tocaba cena en casa de los tíos, la primer pregunta que le hacíamos a mamá era si iba Elvira-mala-espina. Porque a esa altura ya teníamos en claro que entre el resto de los comensales no habría inconvenientes más que alguna que otra eventual discusión acalorada sobre esos temas difíciles de abordar, especialmente de política.


Elvira era como un cuadro torcido que desentonaba en la pared, que incluso consciente de su torcedura, nunca hizo ni el más mínimo atisbo por enderezarlo. Una vez, cuando éramos chicos, le dijo a mamá que quería llevarnos a pasear a María y a mí. Supongo que en un intento de que represente su rol de abuela, mamá accedió. Lo recuerdo perfecto porque fue una de las pocas veces que salimos solos con Elvira-mala-espina. Ese sábado nos llevó a una plaza grande en el barrio de Devoto donde vivía, repleto de árboles altos y gente disfrutando del día soleado. Mientras María y yo nos subimos al tobogán, vi que un niño se acercó a decirle algo al banco donde se había instalado y en tan solo cinco minutos el pobre chico se dio vuelta llorando y echó a correr a los gritos de “mamáaaa”. Desde el arenero solo alcancé a ver a la madre del niño enfurecida que fue a increpar a Elvira pero ella ni se inmutó.


Cuando murió el abuelo toda la familia pensó que se tranquilizaría un poco, porque Atilio era buenazo como ninguno; un caballero que la trataba como una reina, a pesar de su carácter abominable y aunque ella jamás le prestó atención, con él tampoco se metía, lo cual ya era un montón. Lejos de eso, al año de la partida del abuelo hubo una ceremonia en el cementerio. Papá ofreció llevarla a su casa y una vez en el auto, después de criticar lo mal que manejaba, le contó a mamá que lejos de lamentarse por la partida de su padre Atilio, estaba contenta porque otro beneficio de no tener que ocuparse de un enfermo era no tener que tolerar sus pedos hediondos por las noches, producto del cóctel de pastillas que tuvo que tomar el abuelo al final de su vida, cuando ya estaba muy enfermo.


Pasé muchos años preguntando a mis tíos, a mamá y a distintos amigos de la familia qué le había pasado a Elvira en su vida para ser tan dañina, porque no comprendía que una persona pudiera ser tan hiriente sin fundamento, pero todos los que formaron parte de la historia previa a mi existencia y la conocían, coincidían en que “Elvira siempre fue así”. Fue luego de muchos años que entendí que Elvira-mala-espina era vil no porque estuviera estropeada sino porque sencillamente le gustaba ser mala, era una maldita jodida que disfrutaba molestando y agraviando a la gente. Cuando deduje esto, también las muestras de su disfrute perverso se hicieron más evidentes ante mis ojos, llegué a pescarle una sonrisita socarrona cada vez que humillaba a su propio hijo delante de toda la familia con comentarios como el de esa cena de año nuevo cuando le dijo “eso te pasa por trabajar en tu empresa de mierda” luego de que él contara que había sido un año duro para los negocios.


Elvira se murió el día del cumpleaños cincuenta de papá, que ya tenía arreglado un festejo importante en un salón con más de cien invitados y que él quiso cancelar. La fiesta se llevó a cabo y aunque mamá lloró en varios momentos de la noche, nunca supe si fue por su partida o por habernos librado de sus crueldades de una buena vez.




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