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  • Foto del escritorFiorella Levin

Los estadios de la felicidad

Hoy me levanté temprano, después de unos breves minutos que tomé para meditar, a las 6.40am ya estaba sentada tomando mi desayuno mientras leía un libro sobre felicidad, disfrutando mi ritual matutino. Al rato bajé a pasear a Simón y el señor que desde hace 13 años trabaja como seguridad en el edificio donde vivo, me saludó de un modo extraño cuando le dije buenos días.


Salí por segunda vez de casa, subí al auto para hacer la VTV, uno de esos trámites que usualmente son rápidos pero que al no haber turno donde habitualmente lo hago, tuve que irme hasta Barracas. A mitad de camino, freno en un semáforo y veo en mi celular que el chat que tenemos con todos los vecino del edificio estaba explotado de mensajes así que abrí la conversación pensando que había pasado algo. El primer mensaje era un audio muy breve que reenviaba una vecina y debajo muchos comentarios también cortos de los vecinos, repitiendo expresiones similares "cuánto lo lamento", "qué triste noticia, era una gran persona". Asustada, alcancé a apretar el botón de reproducción del audio apenas se puso en verde la luz de la avenida y escuché una voz de un hombre que anunciaba que el señor Héctor, otro empleado de la empresa de seguridad, había fallecido durante el fin de semana.


Las lágrimas me cayeron al instante mientras intentaba comprender qué habría pasado. El chat seguía acumulando mensajes de tristeza, recordándolo como una gran persona. Héctor ingresó a trabajar a donde vivo al mismo tiempo que me mudé, lo que significa que hace trece años que lo conocía. Y si bien el vínculo que existía con él era lejano y supe poco de su vida, sentí mucha tristeza. Mientras leía los mensajes para encontrar aquél que indicara qué había ocurrido, intentaba comprender por qué nadie, además de mí, lo había preguntado. Mandé un audio por privado a la señora que originalmente nos avisó a todos, con mi voz quebrada, y aunque ella tampoco sabía qué había pasado, su voz y sus palabras me confirmaron lo mismo que yo sentía, lamento, pena y tristeza.


Ya había llegado a mi cita para realizar la VTV y eso hizo que mi atención se dispersara por un breve lapso de tiempo hasta que al salir, reconecté con este hecho y pude recabar más información. Había tenido un infarto durante la noche del sábado y como no se presentó a trabajar, sus propios compañeros dieron aviso a la empresa para que se encargaran de avisarle a la familia porque Hector vivía solo. Con sus 64 años venía de muchos años de estar enfermo y en el 2020 cuando empezó la pandemia tuvo que tomarse una licencia de tres meses porque había desmejorado y no podía caminar. Nuestra hipótesis, creíamos con otro compañero suyo, es que ya estaba entregado, había perdido un hijo hace algunos años, estaba muy enfermo y además, solo. Por eso, cuando luego de esos tres meses de licencia volvió a trabajar me alegré tanto que le pregunté si lo podía abrazar y así lo hice, sabía que para él era era muy importante tener la cabeza ocupada, porque además me lo decía siempre, él no quería estar encerrado solo.


No supe mucho de la vida de Héctor, si bien intercambiábamos conversaciones con frecuencia, era una persona bastante reservada pero lo que sí pude ver es que era un hombre trabajador, educado, respetuoso y que adoraba a mi perro Simón, que llegaba de la calle y apenas le sacaba la correa, se pegaba una vuelta por el escritorio de Héctor para darle besos y que él lo llenara de mimos mientras le decía cosas lindas.


Esta mañana casualmente leí en el libro de Gretchen Rubin, el cual trata sobre un proyecto que se propone la autora para ser más feliz (El proyecto de la felicidad), un párrafo que decía "todos hemos escuchado las cinco etapas que sobrevienen tras un duelo, establecidas por la Dra. Elisabeth Kübler-Ross: negación, enojo, negociación, depresión y aceptación" y en relación a su proyecto, la autora explicaba que se había dado cuenta por contraste que la felicidad también tiene cuatro etapas "para sacar el máximo provecho de la felicidad de una experiencia, podemos anticiparla, saborearla mientras se desarrolla, expresar la felicidad y recordar un momento feliz".


Aunque no compartí momentos felices directamente con él, me tomé un breve momento para recordar, a modo de honrar a Héctor, todos los momentos felices que viví desde los veinticinco años, la edad que tenía cuando vine a vivir donde vivo hoy. Las reuniones con amigos, las salidas volviendo a cualquier hora que se convirtieron en años madrugando, todos mis entrenamientos, lo que crecí tanto en edad como en madurez como persona, el crecimiento de Simón (que cuando vine acá era un cachorro) y los años que lo tuve a Ringo, mi otro perro. Mis novios, mis cumpleaños, la cantidad de días soleados, con lluvia, con frío o calor. Las charlas que compartimos sobre tantas cosas que a ambos nos resultaban injustas de este país y la locura del mundo, antes y después de la pandemia.


Volví a emocionarme pero esta vez con alegría porque recordé a su hijo fallecido y quise confiar que en esta última batalla que perdió, al fin pudo reencontrarse con él allá en lo alto o donde sea que, deseo, ya no tenga más penas ni dolores. Y conversando con otros vecinos y sus compañeros de seguridad, ya más calmada y habiendo transcurrido un tiempo desde que nos enterarnos de la noticia, que los silencios o las respuestas cliché frente a la muerte no significan que haya falta de interés sino que cada uno lo lleva como puede.



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