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  • Foto del escritorFiorella Levin

La pregunta - Día 10

No tuve que pensar mucho cómo abordar la consigna del día porque venía en relación estrecha con la que escribí ayer. El objetivo de hoy pedía: Escribir la ruptura de una relación en el momento previo al quiebre, cuando sabemos que no va más pero la separación aún no es un hecho.

Ayer, casualmente, escribí sobre el momento preciso en que se termina una relación. Así que hoy solo fue cuestión de darle contexto y un marco de referencia previo. Fue muy divertido enganchar la secuencia.



La pregunta


Papá siempre me decía que la gente entra y sale de la vida de uno sin importar el vínculo que nos une. Que se marchan cuando dejaron el aprendizaje que vinieron a traernos. Y lo mismo sucede con uno mismo, para el otro. Eso me dijo también cuando yo dudaba acerca de pedirle el divorcio a Jorge. ¿Pensás que esa relación te puede potenciar?, me preguntó un día, en medio del océano de lágrimas en el que me ahogaba. Ahí mismo supe la respuesta y tardé menos de un mes en finiquitar el divorcio.

Me acuerdo del día que nos conocimos, yo estaba recién llegada de Bahía Blanca, enojada con mis padres por esa mudanza que me negaba a hacer, teniendo que dejar atrás mi grupo de amigas de toda la vida para entrar a una escuela nueva en un momento del secundario donde las amistades ya están afianzadas. Carmen me miró con desconfianza cuando le pregunté si podía sentarme en el banco vacío a su lado. Pero apenas le hice un chiste tonto de esos que me caracterizan, nos hicimos inseparables. Eso fue en tercer año.


Vivió todo mi enamoramiento desde el principio, recuerdo los llamados cada noche para pedirle opinión sobre qué ponerme, si ese vestido azul que a mi me encantaba no me hacía gorda o si me quedaba mejor el verde escotado.


La mejor época fue, sin duda, cuando todavía estaba casada con Jorge y salíamos los cuatro a cenar cada jueves. Ernesto y Jorge se la pasaban planificando esos estúpidos viajes de pesca mientras Carmen y yo nos poníamos al día de todas las cosas que habían pasado en la semana; las preocupaciones de Carmen por su trabajo en el banco, la ropa de la nueva temporada de mi local. Y siempre había tiempo para algún chisme jugoso que traía a la mesa alguna de las dos.


Al principio las cosas cambiaron sutilmente pero estoy convencida que el quiebre se dio después de mi divorcio con Jorge, ella insistía con que teníamos que estar juntos para siempre porque la tarada creía en esos idealismos del matrimonio para toda la vida y fundamentaba que hay que estar en las buenas y en las malas y todo ese rollo de culpas y mandatos absorbidos en el colegio católico. Pero yo nunca creí en eso, papá tenía razón, la gente va y viene.


Carmen lo quería mucho a Jorge. Supe que aunque se terminaron las cenas del jueves, la amistad entre Ernesto y él siguió adelante. Bien por ellos. Lo cierto es que desde mi divorcio nos empezamos a ver cada vez menos.


Conocí a Ricardo un año después de la separación y cuando le conté a ella llegó el primer desplante, que cómo iba a ponerme de novia, una mujer tan grande, que qué les iba a decir a los chicos, que debería esperar más tiempo, que seguro no había hecho el duelo y no sé cuántas cosas más. Si, fue por entonces que aquella frase de papá se me hizo presente otra vez porque hubo un día que estaba lavando los platos pensando en cualquier cosa y de repente se me vino esa pregunta a la cabeza con la voz de papá, ¿Pensás que esa relación te puede potenciar? No tuve respuesta en ese momento y la duda quedó como suspendida en el aire. Y ese mismo domingo fuimos a caminar, después de varios meses que no nos veíamos. Cómo se puso cuando le conté del viaje con Ricardo.

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