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  • Foto del escritorFiorella Levin

¿A quién le importa?

Hace dos meses -o quizás fueron cinco o uno, la pandemia tergiversa todo, sepan disculpar- en medio del silencio de la noche, escucho que alguien se desliza con lo que parece el sonido de un skate. Creo que no lo registré de entrada pero cuando ocurrió, noté que el ruido se hacía presente a diario, de lunes a viernes, entre las 11.50pm y las 00.15am y por estos días, miro mi reloj a la hora señalada y se que no falla. A veces solo desliza, otras incluso hace lo que entiendo es alguna pirueta, porque también oigo el salto y tras unos segundos, el impacto con el asfalto nuevamente.


Octubre fue un mes de mucha lectura, terminé de leer 9 libros: la biografía de Elon Musk, un hombre cualquiera que desde chico piensa que no hay límites para nada; la historia de un padre separado y su hijo adolescente que acuerdan que este dejará el colegio a cambio de ver tres películas semanales; una novela sencilla pero muy bien narrada que transcurre en Uruguay; otra que tiene lugar en Italia y cuya particularidad es que está narrada en la primera persona de un niño muy especial; esta cortita fábula japonesa; una novela francesa sobre la necesidad de cambiar sin que el personaje principal se de cuenta que lo necesita; un libro sobre animarse a hacer lo que uno cree; otra novela que acontece en Uruguay y que planta la pregunta sobre qué pasaría si en lugar de seguir adelante nos quedamos donde estamos; y un librito de cuentos sobre diferentes tipos de amor retratado en escenas cotidianas.


Cuando observo el listado- ya no es noticia que llevo un registro- intento comprender si existe una relación entre estas lecturas diversas, que transcurren en lugares tan distintos y que fueron escritos por autores de varias nacionalidades. Entonces me acuerdo del chico o chica que todas las noches, a la misma hora, hace su aparición sonora con el skate. El denominador común es el poder de la imaginación; el mundo que se crea cuando leemos libros, donde un personaje que se describe como "era gordo, pelado y usaba sombrero", va a representar una imagen muy distinta para cada uno. Todas las historias responden al esquema introducción-nudo-desenlace: primero hay un contexto, luego un llamado o emergente que de algún modo despierta o sacude al personaje, y luego el final.

Cada vez que escucho las ruedas de aquél skate presionando el pavimento, me imagino un chico que vuelve de su trabajo por la bicisenda, lo pienso joven (¿serán 20-25 años los que tiene?), lleva un jean al cuerpo, zapatillas casuales, una remera con el logo de su banda de música favorita y un par de auriculares cubriendo sus oídos. Lo pienso enérgico, trabaja en alguna oficina donde se divierte pero allí también siente que está dejando su vida porque vuelve a casa muy tarde. Y a medida que se repite la secuencia, siento la imperiosa necesidad de conocerlo y ponerle cara al sonido.


Recuerdo que durante mi adolescencia fui fiel oyente del programa de radio El Parquímetro, conducido por Fernando Peña, quien era dueño, a mi juicio, de una inteligencia y capacidad de observación fuera de lo común y lograba lo que solo él pudo; inventar una veintena -o más- de personajes, cada uno con su personalidad, manías, valores, modos de hablar y de expresarse y hasta con tonadas de otros países, y hacerlos conversar entre sí al aire, en vivo, recordando los detalles de las personalidades de cada una de estas figuras inventadas. Lo escuché en la radio muchos años y cuando sus criaturas hablaban, me iba formando una imagen de cada una de ellas. Un buen día, con mi mejor amiga (también fiel oyente del programa), nos animamos a ir a verlo al teatro. Nuestro miedo adolescente tenía su fundamento en que en cada función, sin excepción, se metía con el público, tomando a varios de punto y en ocasiones, el asunto se ponía áspero. Pero lo que no me olvido más, es el instante en que mi enorme emoción inicial fue abruptamente reemplazada por el desencanto apenas vi a "La Mega", uno de sus personajes, hacer su aparición en el escenario. No era así, estaba mal. La Mega de mi imaginación era otra y aunque su voz, su forma de hablar y las cosas que decían eran idénticas, mi mente había construido una totalmente distinta.


Este es el poder de las historias en su máxima expresión; es el mismo que nos atrapaba cuando nos leían un cuento antes de dormir o cuando, de adultos, escuchamos un suceso de algún colega de trabajo o un amigo. Como dice Austin Kleon en uno de sus libros en relación a los procesos, la gente no solo quiere ver el resultado final de cualquier creación; quieren saber cómo se hace, quién lo hace, cómo se les ocurrió la idea, de dónde vienen, cómo fue el proceso, etc. Esto es así porque somos curiosos, nos interesa conocer la historia que hay detrás de lo visible. Cuando esa curiosidad viene acompañada de empatía, lo maravilloso que puede ocurrir es que sintamos el deseo de involucrarnos, es casi como querer meternos dentro de esa historia para intervenirla de algún modo. Y una vez que abrimos esa puerta, cualquier cosa puede suceder.



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