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  • Foto del escritorFiorella Levin

Yo te entiendo

Hace unos días, envié el newsletter quincenal y en seguida una lectora me respondió tres pequeñas palabras "amo tus mails!" (una vez más, gracias Nadia!)


Hoy fui muy temprano a entrenar al gimnasio y me crucé con una chica que solía correr en mi equipo de running pero dejó de ir, aunque seguimos conectadas en las redes sociales y cuando me saludó, me contó que había comprado mi libro y que habiendo leído la mitad se sentía muy identificada con lo que yo describía desde mis experiencias.


El año pasado, en el momento más áspero de la pandemia -cuando no se podía salir a la calle en absoluto y todos los días parecían domingo- bajé a pasear a Simón y me crucé con un vecino que vive en el edificio pegado al mío, un hombre de menos de sesenta años. Nos conocemos del barrio, de encontrarnos paseando, él a su caniche cachorro y yo a mi viejito mestizo, pero no sabíamos nuestros nombres. Intercambiamos un "buen día" barbijo mediante, y como lo vi sin su amigo fiel le pregunté cómo andaba su perro. Para mi sorpresa, me explicó que lo bajaba muy pocas veces porque él era una persona de riesgo para el Covid y si bien comprendí la situación, en seguida me imaginé a un cachorro sin poder salir a la calle y naturalmente me nació el ofrecimiento de sacarlo yo.


-¿No querés que lo pasee yo? Estamos al lado-, le dije.

Tardó en responderme y salir de la estupefacción pero declinó mi propuesta desinteresada, agradeciéndome profundamente.


Días después volvimos a cruzarnos y esta vez se detuvo para preguntarme mi nombre y yo quise saber el suyo. A partir de ese momento algo cambió, comencé a verlo más seguido y si no estaba con su pichicho me explicaba que ya lo había sacado más temprano, entendí que aquél fue su modo de entablar un vínculo amistoso, haciéndome partícipe de su vida en relación a su perro. Varios meses más tarde, cerca de las fiestas, me pidió mi teléfono para saludarme por Nochebuena y Año Nuevo, lo hizo en un tono muy respetuoso y no hubo lugar a dudas que esa era su intención. Actualmente nos seguimos viendo, nos saludamos con un "hola Oscar", "buenas tardes Fiorella" e intercambiamos breves palabras sobre el clima o nuestras mascotas.


Siempre insisto en la importancia de los buenos gestos. Pero hay algo más en la simpleza de estos y es que al tenerlos, ponemos luz sobre algo que la otra persona tal vez no ve o desconoce. Escribir es un acto solitario y cuando lo hago, más allá de algunas pocas métricas (que suena y es frívolo), no tengo la menor idea sobre lo que sucede del otro lado de la pantalla. Entonces cuando alguien ilumina con una palabra algo que sintió o le sucedió a raíz de lo que sea que yo haya escrito, me deja saber el mundo que toqué del otro lado y mi alegría es instantánea y enorme. Creo que esto es muy humano, nos pasa a todos porque es lo que ocurre cuando conectamos y de modo implícito también es una forma de decir "yo te entiendo" y al menos para mí, esa sensación genera alivio y quiere decir que no estamos solos.








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