Incontables son las opciones que existen a la hora de escribir, encuentro pruebas de ello constantemente en mis lecturas. Antes, y al decir esto me refiero al momento de mi vida en que no leía tantos libros como lo hago ahora, leer para mí significaba elegir un libro cuya temática fuera interesante, sin importar si se trataba de una novela o un libro de no ficción, cuya materia me interesaba profundizar, por ejemplo la creatividad, y el foco de mi lectura estaba puesto en absorber conocimiento que se desprendía de su contenido. Para el caso de los libros de contenidos específicos, esto resultaba más fácil, aprendía nociones completamente nuevas. Un ejemplo lo constituye la amplia variedad de libros que leí sobre neurociencias, explicados de un modo sencillo para el público general.
Pero en la lectura de los libros de ficción -cuentos y novelas, mis géneros de ficción preferidos- se daban combinaciones un tanto diferentes. Por ejemplo, tal vez la trama era interesante pero el estilo del escritor no me atrapaba en absoluto. O el argumento no me aportaba algún conocimiento puntual pero disfrutaba de esa lectura.
Con el tiempo comencé a interesarme por otro tipo de libros, seleccionando en base a sus autores y al disfrute de sus escritos y no tanto a la trama de las obras. Así se abrió un mundo nuevo de posibilidad en el cual descubrí historias que en cuanto a su argumento no me resultaron interesantes pero la forma en que estaban contadas era de un modo excepcional. Samanta Schweblin por ejemplo, cuyos libros son una mezcla de realidad con ciencia ficción -género que no me llama en absoluto- pero cuyo estilo es atrapante.
Los escritores Edward Morgan Forster y Robert Stevenson coinciden sobre una de las bellezas que reside en la escritura. Dice el primero “(...) la sensación final-si el argumento ha sido bueno- no será de que existan pistas ni concatenaciones, sino de algo estéticamente compacto, algo que el novelista podría haber mostrado directamente pero sin belleza. Nos enfrentamos aquí con la belleza por primera vez en nuestra investigación: belleza a la que el novelista nunca debe aspirar pero sin la cual fracasa”
Stevenson detalla: “Bien es verdad que se siguen leyendo libros, por el interés del dato o de la fábula, en los que esta cualidad se halla pobremente representada, si bien está presente. ¿y cuántos libros cuyo único mérito consiste en la elegancia de su textura seguimos leyendo y releyendo con placer? estoy tentado de citar a Cicerón (...) Constituye un desabrido alimento espiritual, una “crítica de la vida” muy incolora y desdentada; pero nos complace su textura, extremadamente compleja e ingeniosa; cada puntada es un alarde de elegancia y buen sentido”
Leer por el placer de la lectura, de la combinación encantadora de palabras sin importar si dejan un aprendizaje concreto o el simple hecho de entregarnos al mundo de quien lo propone pero apelando a los propios sentidos. Lo que constituye en sí mismo un enorme aprendizaje.
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