No. No quiero meterme en temas de política. No quiero escribir sobre eso y no pienso hacerlo pero sí voy a rodearlo, de refilón porque el contexto me envuelve, lo que está sucediendo en el mundo, en nuestro país, es abrumador. Y como buena sensible, me llena de sentimientos con los que últimamente no quiero conectar, son ellos los que me expulsan de las redes sociales y de los mails donde leo todas las noticias de los diversos diarios a los que sigo. Sé, además, que parte de mi mal dormir se debe a esto, estoy preocupada, como supongo que lo estamos el 90% de los argentinos (¿habrá un 10% de gente a la que no le importa?). Así que en lugar de eso, voy a sublimar mi sentir por acá.
¿Qué está pasando cuando salimos a la calle? Personalmente veo a las personas más cargadas que antes, enojadas, violentas, atropelladas. Y no voy a ser hipócrita, tengo mis propios enojos, malas contestaciones y caras que detestaría que alguien me pusiera, conozco y asumo a mi Cruella de vil. Paralelamente, se viene repitiendo con frecuencia algo que, estamos de acuerdo con mis amigas, nos pasa a muchas. Hay desencuentro y desconexión a la hora de relacionarnos para conocer a un otro. ¿Pero qué es esa desconexión y cómo sabemos que es desconexión y no otra cosa? puedo hablar de mí, desde lo que siento yo, que es ese intercambio efímero, en el cual de a momentos ni siquiera hay palabras sino tan solo un encuentro virtual (te agrego en Instagram, me agregás en Facebook), un likeo de fotos en redes, un visto clavado en las historias y nada más. No se trata de una cuestión personal, pareciera como que ni siquiera hay energía para conectar, entonces nos quedamos anclados en el paso previo a la conexión, ni siquiera llegamos a ese instante de conectar, de interesarnos por quién es el otro, cuál es su vida, qué sueños tiene...algo que hasta no hace tanto era algo básico.
Casualmente-nada es casual- uno de los últimos capítulos del libro de Brené Brown, El poder de ser vulnerable, habla sobre la desconexión:
Ésta es mi teoría: la desconexión es la causa subyacente de la mayoría de los problemas que veo en las familias, centros educativos, comunidades e instituciones y adopta muchas formas. Nos desconectamos para protegernos de la vulnerabilidad, de la vergüenza, de sentirnos perdidos y sin propósito. También nos desconectamos cuando sentimos que las personas que nos guían- jefes, profesores, directores, clérigos, padres y madres, políticos...- no viven de acuerdo con su contrato social (...) La política es un claro pero doloroso ejemplo de desconexión por incumplimiento del contrato social. Los políticos de ambos partidos crean leyes que ellos no están obligados a seguir o que no les afectan (...) Están adoptando valores que rara vez se demuestran en sus conductas. El mero hecho de verlos avergonzándose y culpabilizándose mutuamente es degradante para nosotros. No están cumpliendo con su parte del contrato social y las estadísticas sobre los votantes están revelando que nos estamos desconectando (...)
La desconexión se suele producir porque los líderes no predican con el ejemplo.
Claro que Brené habla sobre los partidos políticos de su país que, curiosamente, también tiene concordancia con lo que ocurre en el nuestro. Porque este fenómeno, al igual que la pandemia, no es local sino que está afectando al mundo entero.
La distancia que existe entre los valores que practicamos (lo que realmente estamos haciendo, pensando y sintiendo) y nuestros valores aspiracionales (lo que queremos hacer, pensar y sentir) es el valor distanciamiento o como yo lo llamo: "la división de la desconexión". Es donde perdemos a nuestros empleados, clientes, alumnos, profesores, congregaciones, o incluso a nuestros propios hijos.
Este proceso mundial duele y duele profundo porque, más allá de las cuestiones coyunturales, a mi modo de ver deja en evidencia que las formas de hacer las cosas como se vienen haciendo ya están más que obsoletas, no tienen más lugar ni van a prosperar porque además está más que probado que no funcionan. Estamos cansados de las peleas, de las quejas, de la violencia. Esto no me pasa a mí, nos está pasando a un gran número de humanos en todo el mundo y cuando eso sucede, es porque necesitamos un cambio de manera urgente.
No se si llegaré a ver ese cambio en la sociedad, pero a pesar de las circunstancias actuales, tengo fe, porque también tengo fe en las generaciones que vienen detrás de la mía, a pesar de los históricos y gigantes problemas que tenemos en nuestro país, como el acceso a recursos elementales, desde el agua, la educación, una vivienda. Y aunque muchos todavía no le den importancia y hasta se burlen de la inteligencia emocional, sigo creyendo firmemente que es el único camino de salida, volver a uno, a responsabilizarnos por el accionar de cada uno, por el sentir propio. En palabras de Brené:
Salvar distancias nos exige aceptar nuestra propia vulnerabilidad y cultivar la resiliencia a la vergüenza, porque vamos a tener que enfrentarnos a ser líderes, padres y educadores de formas nuevas e incómodas. No hemos de ser perfectos, basta con que estemos conectados y nos comprometamos a actuar de acuerdo con nuestros valores.
Me imagino un mundo de conexión humana, donde logremos conectar los unos con los otros, más allá de un partido político, de la historia personal de cada uno, de la raza, de la nacionalidad. Me pregunto cuántas cosas podrían cambiar si empezamos a dimensionar el poder que tenemos cada uno de forma independiente, si logramos alinear toda esa energía errática que derrochamos por falta de consensos.
¿Cómo sería la educación si los alumnos, los docentes y los padres se sentaran en el mismo lado de la mesa? ¿cómo cambiaría la implicación de las personas si los líderes se sentaran a su lado y les dijeran: "Gracias por sus contribuciones". Así es como estáis creando un cambio. Este asunto está interfiriendo en vuestro crecimiento, y creo que podemos abordarlo juntos. ¿Qué ideas tenéis para superarlo? ¿Qué papel creéis que desempeño yo en este problema? ¿Qué puedo cambiar para ayudaros?"
Y como el lector sabrá apreciar leyendo entre líneas, hay una palabra de tan solo tres letras que lleva la delantera en este circo social en el que estamos viviendo, donde todos somos malabaristas, hombres cohete y trapecistas que vuelan por los aires. Se llama EGO y es la palabra que todavía no aprendimos a domar dentro nuestro y que se ubica al frente de la mayoría de las interacciones humanas, cada vez que nos tocan un botón que nos disgusta. Creo que para empezar a desarmarlo toca sacarle exponerlo, desvestirlo, apuntarle todos los reflectores pero esta vez por los razones correctos, aquellas que nos llevan a esa conexión que en el fondo, tal vez bien al fondo, todos anhelamos con desesperación.
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