No dejo de pensar en esta cosa dual que sucede cuando uno ayuda. En los últimos 15 - 20 días doné sangre, cociné primero para mis padres aislados, después para dos amigas tapadas de trabajo (una psicóloga con más trabajo que antes de la pandemia y la otra en una multinacional de la industria farmacéutica), cociné dos veces para 30 personas cada vez, a través de la iniciativa Convidarte, rescaté, junto a otros vecinos, a un perro que saltó de un segundo piso, luego de una semana en la veterinaria lo trasladé a su primer casa de tránsito, y esta semana a la segunda, doné 3 cajas chiquitas con ropa. Y así como lo cuento acá, también compartí por redes sociales. Y me sorprende que hay dos tipos de respuesta claros:
1- "Te felicito, Fi, sos una grosa!"
2- "Fi, qué lindo, ¿cómo puedo colaborar con eso?"
Cuando cuento lo que cuento lo hago pura y exclusivamente por el número 2. El ser humano aprende por imitación (los niños son la prueba más clara), seguimos el ejemplo de lo que vemos, no de lo que escuchamos. Imitamos lo que consideramos correcto. Lo ví claramente con lo que sucedió en los últimos años con los desechos de los perros; uno empezó a levantar con la bolsita, el vecino lo imitó, luego pusieron bolsitas en las plazas. Otro ejemplo: la basura, yo misma - que me considero bastante verde- tiraba de chica los papeles a la calle hasta que en un momento dejó de suceder. Ese momento, que en realidad es invisible, es la sumatoria de pequeños actos. Ínfimos. Pero que en esa sumatoria está la diferencia, el antes y el después.
Estamos en un momento clave de la historia, sentimos fuerte que se vienen cambios grandes y pienso que esos cambios tienen mucho que ver con corrernos del centro, ese ego molesto que nos abruma con todas las preocupaciones y nos tapa de lo verdaderamente importante.
Por eso visibilizo, no quiero aplausos, quiero un mundo mejor y eso empieza por uno. Ojalá te sumes desde donde puedas.
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