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  • Foto del escritorFiorella Levin

Ruidos molestos

"Esos paseos por algo muy parecido al Infierno me producen una sensación de irrealidad que a veces me resulta alarmante. Hay algo que está radicalmente equivocado y fuera de lugar, y no sé si soy yo, o es todo ese mundillo ciudadano del nuevo milenio. Alguna relación hay entre esta mentalidad y el fin - y el principio- de siglo y milenio. Si no recuerdo mal, la fiebre por el ruido comenzó alrededor de 1995, con la publicidad y la música ordinaria en algunos supermercados, en los que yo me quejé y obtuve al principio algunos resultados, pero después ya no me hicieron caso y tuve que dejar de ir a los supermercados y hacer mis compras en comercios dispersos; luego la fiebre llegó también a esos comercios dispersos, y a todos los comercios de la avenida y a sus alrededores, y a todos los bares y restaurantes y confiterías, y luego a los ómnibus (donde ahora hay también televisión) y a los taxis y finalmente a las calles. Debo decir que jamás oí de esos parlantes algún tema musical que valiera la pena. Pero aunque los temas valieran la pena, la forma de imponerlos es intolerable, es puro fascismo, un fascismo asociado con una subcultura subdesarrollada y oligofrénica." Mario Levrero, La novela luminosa.


Debo reconocer que tengo la misma intolerancia a los ruidos que el Sr Levrero, me molesta soberanamente la gente que anda fresca por la calle con la música a todo volúmen (desde el auto, desde las bicis, caminando y hasta en el subte con parlantes), o esos vecinos cuyas voces retumban en el pulmón de la manzana y especialmente, las personas que para comunicarse de manera habitual, en lugar de hablar, gritan. Posiblemente algunos lo hagan para llamar la atención (entre otros motivos que desconozco) pero podría asegurar que hay un gran número de personas que no se dan cuenta de su tono de voz (hasta que alguien como yo les clava la mirada, aunque no siempre surte efecto). Sucede cuando hablan por teléfono, al conversar en un bar con otra persona, en los consultorios médicos y en infinidad de situaciones.


De forma análoga, están aquellos que hablan sin parar, a toda marcha, como si alguien les fuera a robar el aire que les queda antes de terminar la frase. Y lanzan un bocado detrás de otro, sin respiro. Me recuerda al simpático personaje de Michelle, la chica que asiste al band camp en la película American Pie (sí, dije simpático porque ella lo era, admita mis contradicciones querido lector, pues soy humana) cuya aguda verborragia no permitía que su interlocutor se exprese. Para mí son los ejemplos nítidos de quienes no se llevan bien con el silencio y se distraen constantemente, con sus propias palabras (solo que al hacerlo también invaden el espacio acústico ajeno), hablé de aquello hace un tiempo.



Debo reconocer que a veces soy yo misma la que no se da cuenta y cuando caigo en la cuenta de que estoy hablando fuerte, me detesto doblemente (una por saberme gritando y otra por condenarme a pertenecer a ese grupo nefasto que suelo detestar). Aunque, a mi favor, debo reconocer que tarde o temprano, aparece el registro de lo que estoy haciendo. No es magia, es observación... tras observación, tras observación y luego de un tiempo de registrarlo, como sucede cuando hay repetición, se torna un hábito.


Estos días vi "Nomadland", una película hermosa en su conjunto: la trama, el elenco, el mensaje, los paisajes, todo contribuyó para que verla fuera una experiencia sublime. Y hubo algo llamativo que sobresalió y me gustó mucho; fue justamente el manejo de los silencios y la velocidad y la relación entre ambos, tan bien orquestado que me llevó a conectar en seguida con la importancia del registro propio. Cuando hay barullo de fondo, los pensamientos están ensimismados, la mente es lo que en inglés se llama "monkey mind", la mente de un mono saltarín, que es la mente inquieta. Y si nos observamos en este estado, el cuerpo hace lo mismo, es decir, está en una velocidad más rápida, se acelera. Contrariamente, cuando vamos despacio, los pensamientos fluyen más calmos. Si probamos empezar a tener ese registro, con la práctica podemos ver que modificando uno, también podemos influir en el otro y así, serenarnos si nos encontramos hablando a los gritos con otra persona y ser conscientes de cómo nos estamos comunicando.



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