Tal como me respondió hace poco el creador de este newsletter cuando le escribí para decirle que me gustó mucho una nota que incluyó en el último (y que luego yo compartí en mi propio newsletter), lo más interesante de cada envío del newsletter es cuando existe un intercambio entre las personas -en este caso, quien lo crea y quien lo recibe-, aunque solo sea un comentario breve.
En una de las primeras ediciones del newsletter que preparo y envío cada quince días, me escribió una mujer, a quien no conozco. Era un solo renglón con la pregunta"¿Qué vendés?". Su mensaje no contenía ni el típico saludo del final ni llevaba tampoco la firma con su nombre.
Me quedé un instante mirando la pantalla mientras digería la pregunta, un poco sorprendida, intentando comprender por qué alguien pensaría que vendo algo. Le respondí, paciente y honesta, explicándole que no vendo nada.
Su mail quedó en algún lugar de mi consciencia porque me llevó a recordar mis motivaciones para crear el newsletter, el cual elaboro cuidadosamente durante los quince días previos al envío. Armar un newsletter para mí significa exploración, curiosidad, búsqueda, empaparme de contenido nuevo y de la infinita creatividad que hay en constante movimiento por la vida. Es una forma de compartir con otros mis búsquedas mientras suceden, de aprender y mostrar lo que aprendo en el momento en que lo estoy haciendo, y en el camino, enriquecer a los demás con lo que encuentro, mientras visibilizo el trabajo de mucha gente.
Mi respuesta no pareció gustarle porque al poco tiempo, cuando realicé otra edición del newsletter, volvió a la carga con la misma pregunta y esa sola línea insistente: "¿qué vendés?". Esa vez, intenté ver más allá de su pregunta y comprendí que esta persona, a pesar de entender mis motivaciones, no aceptaba la posibilidad de que simplemente no vendiera nada. Mi respuesta fue más corta: "Hola, no vendo nada", escribí.
Llegó un tercer y último mail, idéntico a los anteriores, que directamente no respondí y opté en su lugar por remover a la suscriptora de la base de envíos. Hice un esfuerzo por no focalizarme en ella, en sus creencias y experiencias de las cuales no se nada, pero me dejó pensando que ella puede estar en representación de muchos otros y me entristeció saber que hay gente que no tiene la capacidad de compartir, que piensa que siempre tiene que existir un interés oculto, una intención de lucro disimulado por el hábil comunicador, un engaño de pichanga con un embaucador detrás. Comprendo que el mundo de hoy, especialmente en las redes sociales, esto sucede muy a menudo, nos bombardean con productos o servicios y muchas veces ni nos damos cuenta a lo que estamos expuestos (este documental lo pone de manifiesto claramente). Pero conozco muchísima gente -y cada día son más- que tiene deseos de compartir sus experiencias, de ayudar a otros, de sumar un algüito por el simple placer de compartir.
El mail de esta persona, aunque no fue de mi agrado, me llevó a pensar en las personas con las que deseo compartir lo que comparto, no por ser selectiva sino porque, tal como muestra este caso, hay personas que aun creen que todo esconde un interés detrás y no me interesa ni es mi objetivo intentar convencerlos de lo contrario, quien permanece cerrado e inflexible, es difícil que cambie de postura...
Por eso también agradezco la pregunta de esa mujer porque me permitió seguir concentrándome en quienes sí reciben con agrado la información que selecciono para compartir, en quienes comprenden que detrás del compartir está la base del trabajo colaborativo porque explorando para uno y compartiendo con otros, también descubrimos nuevos caminos y con ellos posibilidades, ya sean ideas, proyectos o personas nuevas.
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