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  • Foto del escritorFiorella Levin

Mundial de escritura - Día 10

El disparador de escritura del día 10 me sonó distinto. Lo preparó Alberto Fuguet (Chile, 1964) es periodista, escritor y cineasta. En 1990 publicó el libro de cuentos Sobredosis y en 1991 la novela Mala onda. Le siguieron los títulos Tinta roja (1998) y Por favor, rebobinar (1994). Publicó el ensayo biográfico Las películas de mi vida (2003) y en 2007 editó la novela gráfica Road Story.Fue guionista de varios proyectos y en 2005 dirigió la película Se arrienda; en 2015 le siguió Música campesina. También publicó las novelas No ficción (2015) y Sudor (2016).


El desafío planteado por el autor consistió en buscar un afiche de una película que hayamos visto o no y a partir del afiche escribir algo que nos genere el afiche: una memoria personal, algo que nos gatilla, por qué nos llama la atención, un cuento que tal vez tiene que ver con la película, una memoria real o falsa. Puede ser una crónica, poesía, cuento corto, apuntes. El nombre de la película debe figurar en algún lado, aunque sea al final o al comienzo.


Otra consigna que salió muy fácil y creo que tiene bastante que ver con la libertad de la misma. Yo volví a algunos años atrás y recordé esa fabulosa película que me encantó:


The secret life of Walter Mitty

Soy malísima con las películas, no hay caso. Me queda impregnada la emoción del momento, si lo pasé bien o no tanto, pero olvido los personajes, los nombres de los actores o del director, la trama de la historia y con suerte extraigo alguna cita que tal vez perdure un tiempo en mi mente. Supongo que, por lo mismo, nunca me gustó mucho ir al cine, las butacas de antes me resultaban incómodas, sentarme al lado de alguien que hablaba durante la película o el ruido de los pochoclos triturándose dentro de una boca. Me gusta poner pausa, levantarme, buscar algo de comer, volver a poner pausa, ir al baño… y así también dejo infinitas películas por la mitad.


De adolescente iba al cine con amigas y algún novio circunstancial, era casi una salida obligada, y recuerdo perfecto aquellas dos ocasiones en que entré, sin darme cuenta, a mirar la misma película. Así de pobre es mi registro, lo asumo.


Creo que era domingo, el plan que hacíamos ese día de la semana era bastante rutinario; desayuno, almuerzo y siesta con mantita, que empezaba primero con alguna película que veíamos desde su laptop. No sé si la elegimos juntos o cómo, pero sé que vimos el tráiler en Youtube y recibí el primer impacto que me encantó: la música. Ese dominio tiene, en mí, el efecto inverso al del cine y es capaz de darme vuelta cualquier película si está bien entrelazado con la historia que ven mis ojos.

-¿Qué banda es esta? - le pregunté. Pero él tampoco sabía por lo que busqué en Google y encontré el nombre de un solista llamado José González que además era el cantante de un grupo sueco (que también aparece en la película) desconocido por mí hasta ese momento. Como dato extra, Google me contó que era hijo de madre y padre argentinos. Quedé extasiada y la música me atrapó por completo.


El relato era incómodo; un hombre apagado, triste, con una vida aburrida, rutinaria, gris. Pero cuando lo evoco ahora, me acuerdo de la sensación de poder cuando el personaje se anima a viajar por el mundo. El famoso y trillado “viaje del héroe”, de modo literal, hecho película pero la combinación de los espectaculares paisajes que recorre Walter y la música envolvente hicieron un combo fuerte. La dulzura de Of Monster and men con la canción “Dirty paws”, la energía de Rogue Wave en “Lake Michigan”.


-“Necesito este disco”- pensé, porque hasta hace muy poco todavía los compraba y no cabía en mi mente que una película la pegase tanto con todos los temas, hasta esa escena que no me olvidé, con el clásico “Space Oddity” de David Bowie cantando “Ground control to Major Tom”. El cover de Bahamas y “Escape” de Jack Johnson cantando “if you like piña colada…”. Cuánto éxito junto.


Tengo impregnada la sensación de trasladarme mentalmente a todos los lugares de la película mientras ésta avanzaba; eso que me sucede solamente cuando leo un excelente libro y me abstraigo por completo de donde estoy, esa magia única que logra el poder de una historia que me interpela, donde la combinación de estímulos visuales y auditivos es reemplazada con la imaginación propia.


Me dieron ganas de volver a ver “La vida secreta de Walter Mitty”, pero esta vez será con otro hombre y en otra cama.



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