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  • Foto del escritorFiorella Levin

Mundial de escritura - Día 8

Qué consigna extraña la del día de hoy. No me gustó nada, no voy a disimularlo. Carolina Sanín (Colombia, 1973) estudió Letras y Filosofía, y es Doctora en Literatura Hispánica de la Universidad de Yale. Es autora de la novela Todo en otra parte (2005), de la colección de relatos Ponqué y otros cuentos (2010), del libro Yosoyu (2013), del libro para niños Dalia (2010) y del ensayo Alfonso X, el Rey Sabio (2009). En 2014 publicó la novela Los niños y en 2018, el libro de ensayos Somos luces abismales, ambos publicados en Argentina por la editorial Blatt y Ríos. Sus relatos han aparecido en revistas y antologías en América Latina, Estados Unidos y España.


La indicación decía así:

+ Elegir un objeto cotidiano que no tenga un significado establecido (no una cruz, por ej). + Contemplarlo fijamente un rato largo. + Escribir sobre ese objeto de manera descriptiva, no narrativa, primero en prosa y después en verso.

Describirlo, no solo físicamente sino vincularse con él. Ver de qué forma uno es ese objeto; ese objeto se parece a uno o a qué se parece, o qué me hace sentir o qué es parte de uno. Se puede entrar en la narrativa pero salir de ahí. Se puede hacer el ejercicio en prosa, una página y luego escribir sobre ese mismo objeto y los elementos que tomamos en prosa y hacerlo verso, un poema sobre el mismo objeto. No hacer adivinanza del objeto, decir desde el comienzo qué es, ni tampoco escribir en primera persona (ej soy la lampara que ilumina)


A decir verdad, como la consigna no me gustó, solamente me interesé por cumplirla y este fue el resultado:


El Individual

Ni de tela ni de papel,

solo plástico superficial.

De ese material elegí este,

aunque no opino si hablamos de reciclar.

Cuando lo pienso no me gusta,

Me trae a colación mis esfuerzos por cuidar el planeta,

que no solo es conservar el agua o separar la basura

sino también elegir lo que compro,

a quien lo hago y de dónde procede.

Son inventos del nuevo siglo

Porque mi abuela usaba manteles.

Algunos lisos, otros con flores o firuletes,

quizás estampados y sí,

también los había bordados

y los infaltables cuadriculados.

También me recuerda a la comida;

ese momento que tanto disfruto

y que se repite a lo largo del día,

para los afortunados que con ello contamos,

porque en estos tiempos eso es saber apreciar.

Tiene líneas confusas,

algunas van hacia arriba

y otras hacia abajo.

Son todas color negro,

con un fondo traslúcido

que al apoyarlo deja ver el fondo

sobre el cual se asienta.

Termino de decir esto,

y me siento identificada.

Mostrando quién soy de primera mano,

con mi transparencia que me hace vulnerable.

Este es un caos hecho individual,

una invitación a descontracturarme.

Un poco me marea,

otro poco me pide ordenarme.

Al vivir sola,

tenerlo es una forma de amor propio.

Podría no usarlo,

apoyar mis cosas en la mesa sin protección,

y permitir que lo que deba volcarse caiga.

Que ensucie al hacerlo,

que habilite el lío,

que empiece el desmadre,

que reine el desorden,

que yo misma deberé reestablecer.

Su utilidad es innegable,

contiene, sostiene, es impermeable.

Es lindo al tacto, fácil de limpiar

no huele a nada,

no me puedo quejar.

Se asemeja a la vida a veces

Cuando todo parece cuesta arriba

No hay olores, no hay color

No hay sonido, no hay emoción.

Los compré y eran cuatro;

dos de color negro como este

y otros dos con círculos grises

también traslúcidos.

Los alterno de a dos en cada mesa,

dos se quedan, dos se guardan,

se renuevan cuando se lavan.

Si hay visitas salen de a cuatro,

dos de apoyo y dos para los comensales.

Arriba van platos, tazas, cubiertos.

Cosas frías, cosas calientes

Sólidos, líquidos y otros estados intermedios.

Arriba de ellos

también surgen muchas conversaciones.

Son testigos silenciosos

de mis noches de películas,

de mis tardes con un mate y tostadas,

de mis mañanas con un libro interesante

aunque siempre con la almohada pegada.

Se que existen de forma circular,

los elegí cuadrados a propósito

porque creo que estos dejan abarcar más.

Aunque puede que haya motivos adicionales

y es que es otra forma de mantener la estructura

mi ser cuadrado, mi falta de curvatura.

Tienen una desventaja

y es que no se mantienen de pie.

Al ser blandos carecen de rigidez,

y cada vez que los relevo de su tarea

se vuelven endebles, frágiles,

como niños solos desprotegidos.

No me resulta un problema

despojarme de ellos.

Las cosas materiales vienen y van,

y aprendí que en el fluir de su vida

me fuerzan a trabajar mi ego,

a desapegarme de lo que creo imprescindible,

a soltar lo que pienso que necesito

y a confiar que así como cuando un objeto se rompe,

también la vida se encarga de reparar.

Quizás en forma de algo nuevo

Quizás en forma de algo remendado

pero lo que es seguro es que nos cambia

y que en ese trueque atemporal

ya no volvemos a ser iguales.



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