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  • Foto del escritorFiorella Levin

Mundial de escritura - Día 6

Nick Hornby se encargó de la sexta consigna. Nick Hornby (Inglaterra, 1957) ha ejercido de profesor y periodista y ha colaborado en publicaciones como Time Out, The New Yorker y The Independent. Ha publicado los libros Fiebre en las gradas, Alta fidelidad, Un gran chico, Cómo ser buenos, 31 canciones, En picado, Todo por una chica, Juliet, desnuda y Funny Girl, entre otros.


La consigna número 6 dice así:

"Me gustaría que escriban una conversación entre dos personas y que ocurra en un baño (...), tiene que ser un baño público y por supuesto, a menos que estés en un lugar bastante distinto, ambas personas tienen que ser del mismo género. Entonces si es un baño público de hombres, estas conversaciones pueden ocurrir en los mingitorios y si es en un baño de mujeres, debe ocurrir entre dos cubículos a través de las puertas. Me gustaría que estas dos personas hablen de una forma que te convenza por lo que habrá un comienzo lento pero ya hacia el final de la conversación, una de las dos personas se tiene que haber enterado de algo de la otra. Su secreto, su debilidad o su tristeza. Así que esto va a ser en su mayoría diálogo y es importante que progrese de manera que parezca auténtico, por lo que debe haber un principio incómodo y luego algo va a gatillar una conversación que va a revelar algo."


Esta consigna me salió sorprendentemente muy rápido. ¿Será que las mujeres solemos hablar mucho en los baños?


Mi conversación de baño fue la siguiente:


Cuando abrí la puerta me pareció escuchar a alguien sollozando pero estaba tan apurada que no presté mucha atención y luego reinó un silencio abismal en el cual solo pude oír el vacío de aquel baño y el eco de mi orina cayendo en el inodoro desde la altura en que estaba agachada, haciendo equilibrio, concentrada para que mi pis cayera en el sitio indicado. Llevaba mucho tiempo aguantando porque la ponencia de ese abogado parecía interminable y el receso estaba muy lejos ya que tan solo habían transcurrido cuarenta minutos desde el inicio del juicio. En mi urgencia, omití observar que en el cubículo donde me encontraba no había papel higiénico y, luego de lanzar una mala palabra al aire, me agaché primero mirando hacia el centro del baño y después hacia los costados para constatar si no habría alguien para alcanzarme un poco.


Cuando giré hacia mi izquierda, allí vi sus botas. Eran negras y de punta redondeada y el costado que daba hacia mi lado dejaba entrever algunos años de uso. El pantalón azul marino que llevaba puesto no estaba enrollado por lo que supuse que estaba sentada adentro de aquel cubículo.


-Disculpame- le dije tímidamente – ¿Hay papel higiénico ahí?

Transcurrió un momento de silencio hasta que finalmente contestó, como si hubiera estado inmersa en sus pensamientos, sorprendida por el hecho que alguien supiera que se encontraba ahí dentro.

- Si, tomá- me dijo en un tono muy bajo, alcanzándome un bollito de papel. Sonaba muy congestionada y cuando aspiró su nariz hacia adentro varias veces para impedir que salieran los mocos, comprendí que eran a causa de haber llorado recientemente.

- ¿Estás bien? - Le pregunté. Y cuando lo hice, no pudo contener el llanto y se echó a llorar con una angustia que me traspasó a mí también. Como no se calmaba, la pregunta quedó rebotando en el aire y luego de un rato que me resultó interminable oyendo su lamento, escuché que se movió rápidamente y vomitó en el retrete. Me quedé inmóvil dentro de mi cubículo y le ofrecí ayuda.

-No puedo hacerlo- dijo, en una tregua con su congoja. -No puedo- repitió.


Quise indagar pero frente a su negativa, le pregunté si necesitaba algo o si había alguien a quien podía llamar y solo dijo que no.

Salí del baño porque ya habían pasado casi diez minutos y le tocaba el turno a los testigos que tenía presentado el abogado de mi equipo y yo debía estar presente en ese momento. Pero antes de salir la escuché hablando sola, en el mismo tono bajo que al inicio, ensimismada en sus pensamientos y me pareció oír “necesito la plata…”.


Ya de vuelta en el recinto, nuestros testigos habían sido convocados y sólo restaba que hablen dos de ellos. Al finalizar la ronda, el abogado del acusado convocó a sus propios testigos a quienes todos los presentes trituraron a preguntas. Luego de quince minutos y en el instante que terminaba de hablar el segundo de ellos, convocaron a la última para prestar declaración: -Sarah Price- llamó el abogado del querellado.


Y ahí la vi entrar, la reconocí por sus botas gastadas y el color de su pantalón pero estaba impecable, no presentaba rastros de haber estado llorando y llevaba la frente en alto. Me vio aunque pronto corrió su mirada como quien observa gente pasar desde un balcón. Contestó todas las preguntas con firme decisión y sin poder salir de mi asombro, lo último que escuché fue “no más preguntas”.


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