Ivana Soto (Argentina, 1983) nos cuenta la propuesta para escribir hoy. Ex periodista y ex actriz. Estudió Periodismo, Filosofía y Teatro. Cursó un taller de poesía con Horacio Fiebelkorn, de dramaturgia con Diego de Miguel en la Escuela de Teatro de La Plata, y un seminario de Escritura Creativa con Susana Caprara en la Facultad de Comunicación Social de la UNLP. Ganadora de la primera edición del Mundial de Escritura (marzo 2020).
"Cómo es un día en la vida de un detective privado. Sos un detective privado. ¿Cómo haces ahora en cuarentena para trabajar home office, para seguir a las personas?, ¿como te metes en la vida de las personas, qué hay en la vida de las personas? ¿Es lo mismo seguir a una persona por un callejón sin salida en noche con niebla que tratar de averiguar su vida a través de una ventanita por internet? ¿qué es la privacidad, qué es la vida de los otros, qué hace un detective privado cuando llega de noche a la casa?"
Mi detective en cuarentena es algo así:
-El miércoles a las 15hs está bien- me dijo la mujer.
Le había dado mi número Pedro Ribaudo, un viejo cliente que contrataba mis servicios cada vez que cambiaba de novio porque desconfiaba de absolutamente todos, hasta que un día me cansé y me rehusé a realizar aquel trabajo que me pedía:
-Pedro, del único que seguís desconfiando es de vos mismo- le dije. Un hombre inseguro que dudaba de sus parejas, pero supongo que quedó contento con mis palabras porque desde entonces, en lugar de llamarme para contratarme, no paraba de recomendarme a sus conocidos. Él sabía que la única manera en la que hago negocios era esa, nada de anuncios clasificados ni publicidades berreta, solo gente referida.
En mayo me contactó con Amelia y José, dos hermanos de mediana edad preocupadísimos por su enfermo padre octogenario que, según les había contado el encargado del edificio donde vivía el hombre, no estaba dispuesto a respetar el aislamiento obligatorio decretado por la pandemia. Cuando los hijos le preguntaron si efectivamente se escapaba, él lo negó rotundamente aduciendo que su salud se encontraba deteriorada y que no deseaba correr riesgos.
Acordé con los hermanos una reunión por Zoom, cada uno desde su casa, para que me cuenten la situación con más detalle. Arrancó José diciendo:
-El viejo siempre fue muy rebelde, un tipo salidor, jodón, amiguero. Hasta los ochenta siguió yendo a la cancha a acompañar a Carlitos, un íntimo amigo que vive a pocas cuadras, hincha a muerte de El Ciclón. Pero en cinco años su diabetes empeoró sumado al enfisema pulmonar por la cantidad de puchos que se fumó de pibe- me explicaba.
-Cada vez que le preguntamos si está saliendo nos jura y perjura que está guardado, que no tiene ganas de ver a nadie porque está triste y asustado, pero el portero nos contó que lo pescó una vez saliendo a la noche y que papá le quiso tirar unos mangos para que no dijera nada- acotó la hermana.
Les expliqué que la situación era complicada por el contexto y que, si bien la vivienda del señor no me quedaba lejos, estaba más limitado de herramientas. A pesar de todo, accedí al trabajo y nos pusimos de acuerdo para empezar esa misma semana.
Luego de hurgar en Internet, lo único que encontré fue una antigua nota de un periódico que hacía referencia a un viejo almacén, propiedad del hombre. Por su edad, no contaba con perfiles en redes sociales, ni casilla de email y los registros que hallé de sus llamados telefónicos solamente incluían una pizzería ubicada a dos cuadras y llamadas de larga distancia a Bruselas, donde los hermanos me indicaron que vivía otro de sus grandes amigos.
Consideré que era momento para salir y espiar al hombre desde mi camioneta Traffic perfectamente acondicionada para tal fin. La semana que la compré, cambié los vidrios por el polarizado más intenso, eliminé todos los asientos del interior y dispuse dos cámaras de fotos sofisticadas de alto alcance, una de las cuales también podía filmar hasta seis horas seguidas.
Las primeras cuatro noches la dejé estacionada en la puerta de su casa y me eché a dormir en el suelo, pero no vi nada ni aun en las cintas que grabaron durante mi descanso. Fue recién al quinto día que lo vi salir cerca de las 00hs, con un sombrero y un bastón. El hombre caminó hasta la esquina, hacia el lado donde se ubicaba la casa de su amigo Carlitos y cuando dobló, lo seguí a pie, cámara en mano.
Una cuadra más adelante comencé a disparar fotos cuando vi que se encontró con su amigo y continuaron la marcha juntos hasta el Parque Saavedra, atravesándolo hacia el centro. Fue enorme mi sorpresa cuando observé la imagen al acercarme; ante mis ojos había cuatro abuelos jugando una partida de póker, divirtiéndose como niños en una colonia de verano. Los recién llegados se sumaron al juego y yo emprendí mi retirada.
La semana siguiente fue calcada, comprobé que el hombre se reunía con sus amigos una vez por semana para una partida de póker en la plaza. Vacilé lo que quedaba el resto de esa segunda noche que lo agarré in fraganti, hasta que al fin me decidí y por la madrugada la llamé a Amelia y le dije:
-Señora, pasaron diez días, su padre no salió ni un solo día, ni de día ni de noche. Yo doy el trabajo por concluido.
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