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  • Foto del escritorFiorella Levin

Mundial de escritura - Día 4

Actualizado: 6 jul 2020


Hoy más que una consigna recibimos un ejercicio, cuya consigna explica el escritor dominicano, Frank Baez,acá.


Frank Báez (República Dominicana, 1978) es poeta. En 2004 publicó Jarrón y Otros Poemas y le siguió en 2007 el libro de cuentos Págales tú a los Psicoanalistas, que ganó el Premio Internacional de Cuento Joven de la Feria Internacional del Libro. Luego publicó los libros Postales (2009) y Anoche soñé que era un DJ (2014). En 2017 publicó La Marilyn Monroe de Santo Domingo; Llegó el fin del mundo a mi barrio y Este es el futuro que estabas esperando, editado por Seix Barral.




La palabra que me queda es Atleta


El atleta


Soñaba con ganar medallas, era su obsesión y principal motor. Por lo mismo, su rutina era bastante exigente. Había descubierto esta nueva pasión hacía relativamente poco y una vez que empezó a correr carreras, ya no pudo detenerse.


Se ejercitaba a diario, iniciaba el día temprano (cerca de las 5am) ya que tenía cita con su entrenador puntualmente a las 6.30am, horario en que comenzaba la entrada en calor. Pilar, su mujer, se ubicaba en las antípodas de sus rutinas; para ella quedarse hasta último momento en la cama era impagable y no practicaba ningún deporte pero apoyaba a Fermín, alias “el mago” (como ella misma lo apodó), en cada una de sus locuras deportivas, sabiendo que correr para él era sinónimo de alegría.


Tenía una dieta estricta para mantenerse magro y liviano, su comida era sana y aunque le gustaban las golosinas, rara vez se daba un gusto. Era fanático del arroz blanco con lentejas, de la rúcula y de las manzanas rojas que llevaba a todos lados porque según él eran un “snack útil” que se podía desechar en cualquier lado.


Se estaba preparando para una carrera de calle de 30 kilómetros que tendría lugar en Paris en una semana. Un auspiciante lo había invitado a participar y junto a Raúl, su entrenador, decidieron viajar unos días antes ya que, si bien en Argentina transcurría el otoño, en Francia se inauguraba la primavera y todavía hacía frío.


Empacó una bufanda de lana, el dije del barco y el ancla que le regaló Pilar como cábala y que adornaba su muñeca en cada competición y tampoco olvidó guardar esperanza; esta carrera era decisiva para la maratón que seguía en unos meses. Le dio risa caer en la cuenta que se iba de viaje a Europa gratis y se tocó el lunar de la cara al pensar esto.

Ya en el avión, en algún momento divisó una montaña, un río, nubes y hasta pudo ver el pasto verde y también, por la noche, una luna redonda que le recordó que la vida trae oportunidades.


Dos días antes de la carrera, retiraron el kit de corredor e hicieron sociales con los representantes de la marca que lo auspiciaba. En la bolsa del kit había una birome, un esmalte de uñas oscuro, un libro extraño, post-it y hasta un resaltador. “Genial”, pensó, “Pilar ama estas chucherías”.


Le asignaron el número de corredor 2696 y una vez finalizado el evento de inauguración previo a la carrera, volvieron al hotel donde se hospedaban y tomaron el ascensor hacia el quinto piso con rumbo a la habitación que compartían. Antes de volver a salir para cenar, “el mago” le comentó a su entrenador que estaba incursionando en la meditación trascendental con excelentes resultados y que esta vez también haría una práctica, previo a la carrera.


Esa noche, luego de cenar en el sencillo restorán “Ulises”, Fermín cumplió su palabra y se sentó en posición de loto antes de disponerse a dormir. Cuando había entrado en un estado de relajación total, tuvo una visión. En ella, apareció primero un imponente volcán con una gaviota que extrañamente revoloteaba a su alrededor y cuando esa imagen se esfumó, fue reemplazada velozmente por una lámpara con un genio que salía de su interior y que, luego de mirarlo fijamente a los ojos, se hizo humo otra vez. En ese instante, Fermín volvió en sí y comprendió que algo no andaba bien, aunque no supo a qué atribuírselo.


La mañana de la competencia, todo salió como esperaba, desayunaron temprano en la habitación con una fina bandeja repleta de frutas, huevos revueltos y café y se dirigieron sin escalas al lugar de la carrera. Los primeros 20 kilómetros se sucedieron a la perfección, “el mago” se sentía volar con cada zancada disfrutando del trayecto y del aire fresco pegando en su cara. Pero completando el kilómetro 21 ocurrió lo inesperado; una abeja se posó en su muñeca, allí donde colgaba el dije a modo de cábala que le había obsequiado Pilar y sin piedad, lo picó de lleno. Unos pocos metros más adelante, una mancha comenzó a hacerse visible y a aumentar el grosor de su brazo y exactamente al pasar por el cartel que indicaba el número 22 en alusión a la distancia, el atleta se derrumbó perdiendo el conocimiento por completo, eliminando así la posibilidad de cualquier tipo de competición futura.


Otro corredor, alto como una jirafa, fue quien pidió auxilio en el puesto más cercano y sólo atinó a decirle al pasar “tranquilo campeón, ya vienen a buscarte”.


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