top of page
Foto del escritorFiorella Levin

Mundial de escritura - Día 2

6am recibí la segunda consigna de escritura para este mundial, inventada por el escritor brasilero Joca Reiners Terron (Brasil, 1968) es autor de obras como "La tristeza extraordinaria del leopardo de las nieves" (Almadía, 2015) y "Do fundo do poço se vê a lua", por la que recibió el Premio Machado de Assis de la Biblioteca Nacional en 2010. Ha traducido obras de Enrique Vila-Matas, Richard Brautigan, Mario Levrero y Roberto Bolaño.


Consigna del día 2

"El planeta está en llamas, en un minuto todo explotará. Enumera diez recuerdos, de imágenes, objetos, personas, lugares, en forma de cuenta regresiva, de diez a uno."


La consigna vino acompañada de un video del escritor que, lamentablemente, esta en modo oculto pero como no tiene desperdicio, voy a transcribir debajo:


"Estamos viviendo en una época en que el apocalipsis salió del campo imaginario a la realidad. Esto nos asusta pero es posible transformar tanto miedo en la escritura literaria. Siempre me ha encantado el ejercicio propuesto por John Cheever en sus talleres literarios: "Escribe una carta de amor como si estuvieras escribiendo en un edificio en llamas". Otra idea que me encanta es que en el momento de nuestra muerte una película pasará ante nuestros ojos con todas las escenas de nuestra vida, ¿será? ¿habrá tiempo para una novela o para una historia corta? si dejaras esto para mejor, ¿qué llevarías contigo?, ¿qué recuerdos?. A Jean Cocteau se le preguntó una vez, "si tu casa se incendiara, ¿qué salvarías del fuego?" Jean Cocteau respondió: "el fuego". Pasamos el tiempo esperando una orden contra nuestra muerte y cuando no tenemos suficiente tiempo para un romance, bueno, ahí está la historia corta. Estoy seguro que en el momento exacto de la muerte, lo que una persona se cuenta es una historia corta y no una novela. Bueno, escribe una historia corta, salva el fuego."


Debajo, mi historia corta respondiendo a la pauta de Joca:


Todo sucede en cámara rápida como si estuviera arriba de un auto de la Fórmula 1, no alcanzo a procesar la escena dantesca que tengo delante, aunque lo único que realmente veo a mi alrededor son llamas; los autos, los árboles, los edificios, la gente corriendo y dando alaridos estrepitosos, todo el cuadro en frente mío hierve con furia endemoniada. Una nube espesa invade el aire, el humo me hace arder los ojos, una tos alojada en mi garganta no cesa y me ahogo, el calor es cada vez más intenso y aunque busco una salida mirando en todas las direcciones, no tengo escapatoria. Estoy de pie, inmóvil, en medio de la calle que también se incendia, mientras las llamas vienen a buscarme y solo deseo que por un momento el tiempo no valga oro.


Me abruman las imágenes y los recuerdos, pero no tienen lógica ni una secuencia ordenada, aparecen de a montones como islas flotando en un océano embravecido y se evaporan del mismo modo que llegan.

El ruido externo se convierte en un lamento único que suena al unísono y pronto recuerdo las olas de la playa aquel día de tormenta en la costa, fuera de temporada, el fondo ennegrecido por la lluvia a punto de explotar en el cielo, contrastando con la calma del silencio a causa de la playa vacía.


Mientras el fuego se aproxima, se cuela en mi mente otra imagen; el libro que me prestó Candela el año pasado y nunca le devolví. Lo había marcado tanto haciendo acotaciones encima de las suyas que ya tenía mi impronta y en ese acto lo hice mío, me daba vergüenza decírselo y en su lugar opté por ignorar aquel asunto.

También me acuerdo ese año de la pandemia, cuando no teníamos opción más que encerrarnos en nuestras casas e inventar actividades para evitar la angustia, todos esos meses que pensé que no se extenderían y se hicieron eternos, qué lujo aquella pandemia.

La cara de mi abuela Julia irrumpe en primer plano, casi como si la tuviera delante, toda arrugada y frágil, desgastada por los años como un mueble antiguo, con su mirada dulce, siempre haciendo juego con una sonrisa y una ternura entrañable. Quiero congelar la imagen pero se esfuma apresurada.


Mi muñeca de trapo Pepa, sus ojitos hechos de botones color negro, mis brazos estrujándola para dormir cuando sentía miedo por las noches y mis conversaciones en voz alta inventando su voz finita.

Pablo con su perfume masculino y sus pies chuecos hacia adentro, yo le acariciaba su pelo negro y lacio hasta las puntas donde se le formaba una curvita simpática que no llegaba a ser rulo. La forma que entrelazaba su mano para que encaje con la mía en un resultado compacto y en cada caminata juntos. Su mirada honesta y penetrante.


(Cincuenta metros y el fuego ya me quema la cara)


La semana del accidente, toda la gente que vino a verme al hospital, yo tendida en la cama enyesada de pies a cabeza llorando desconsolada por la pérdida de mi adorada amiga de la infancia, la culpa del “por qué no fui yo”.

El viaje con mis hermanas a México, nunca tomé tanto alcohol en mi vida, veo las caras de las tres sonriendo, bailando al borde de la pileta pegaditas al bar para no demorarnos al pedir otra copa.

Mamá y papá, me pregunto si ya habrán muerto o si el destino me prefiere a mi primero. Los vi ayer, les di un beso como si nada, qué suerte que les di un beso porque ese fue el último.


(lo veo a mis pies, va subiendo y no alcanzo a gritar porque me consume rápido y en mi mente un último pensamiento)


Mi vida, mis proyectos, ¿qué le dejo al mundo?



댓글


Publicar: Blog2_Post
bottom of page