La primer consigna vino de la mano de Camila Fabbri (1989). "Es escritora, dramaturga y actriz. Egresó de la carrera de Dramaturgia de la Escuela Municipal de Arte Dramático. Escribió y dirigió obras teatrales y colaboró en diversos medios gráficos. En 2015 fue nominada a los Premios Cóndor de Plata como actriz revelación por su actuación en la película Dos disparos, de Martín Rejtman. En 2015 publicó Los accidentes, su primer libro de relatos, y en 2019 Seix Barral editó su novela El día que apagaron la luz."
La consigna de Camila fue la siguiente:
"Escribir un perfil de la persona que amé en secreto, la historia que no fue."
Cuando vi la pauta me pareció muy divertida pero me costó muchísimo armar una idea y sentarme a desarrollarla, tardé bastante tiempo no solo en escribir sino en editar luego. Este ejercicio me ayudó a despertar la creatividad, imaginé muchos escenarios y no menor es el hecho de tener que atenerme al rango de 3.000-4.500 caracteres, que es el máximo para esta competencia.
Acá mi texto:
“Caríiito” solía llamarme enfatizando la “í”, a la vez que en su boca se dibujaba una sonrisa eterna que dejaba entrever sus dientes blancos como piedritas brillosas. Y yo, como una boba, me derretía al instante, se me aflojaban las piernas y tenía que hacer un intento sobrehumano por disimular el grupo de adolescentes apiñadas en mi pecho.
-Hola Mauro, ¿todo bien? - Lo saludé ese día, el número ciento ochenta y cuatro de mi almanaque amoroso porque, no pude evitarlo, la vez que lo conocí quedó grabada a fuego en mi memoria y en una suerte de ritual por semejante suceso poco frecuente, también lo marqué de modo visible con una cruz roja en mi diario personal donde empecé a contar los días desde que sentí ese amor monumental.
- Almorzás con nosotros, ¿no? - Me preguntó alegre al pasar
- Sí sí- le contesté, apurando el final de nuestro breve intercambio mientras caminaba en sentido opuesto. -Ahí nos vemos en un rato- me fui diciendo. Otro almuerzo para verlo que también significaba una nueva ocasión en que debía estar atenta al mirarlo frente a los ojos ajenos para impedir que se esparciera mi derrame afectivo.
Mamá me llamó desde la cocina, quería que la ayude a poner la mesa y dejar listas las ensaladas porque íbamos a ser muchos.
- Somos quince hoy- me dijo. Los Peratto ya están en camino y también vienen la tía Susana y Chalo para el postre. Hoy tu padre va a quedar agotado después de semejante asado.
Me pasé esa hora infinita llevando a la mesa platos, cubiertos, copas, fuentes y cosas que ya ni recuerdo porque en mi mente solo estaba él con su majestuosa perfección flotando en un fondo blanco, como una imagen congelada que me hizo compañía en todo ese ida y vuelta de vajilla y comida prolijamente ubicada, tal como me pedía mamá.
Se hicieron las 2.15pm y llegó charlando la banda completa: el Gato, Javi, mi hermano Manuel, Juanjo, Londeira, el Trapo, Peratto y detrás de todo cerraba la fila Mauro. Como cada domingo, la mesa se convirtió en un alboroto de objetos pasando de mano en mano hasta que cada uno tuvo lo que quería servido en su plato.
Se sentó en diagonal a mí, lo que me permitía mirarlo de reojo entre bocado y bocado durante todo lo que duró el almuerzo. Me preocupaba mi sospecha; el hecho que quizás no registraba mi existencia en aquellas comidas recurrentes, a pesar de saber que hoy también iba a estar allí, porque no ví ni un desliz de sus ojos hacia el lugar donde me encontraba yo. ¿Qué estaría pensando mientras masticaba ese pedazo de pollo? ¿cómo llamo su atención hoy?
Aproveché la oportunidad en que alguien dejó un salero muy cerca de su codo y se lo pedí en la segunda ronda que me serví ensalada de hojas verdes. Abombada por la timidez, pero con firmeza en la mirada, le dije con voz suave:
- Mauro ¿me alcanzás la sal?
Sin correr la vista siguió hablando con Javi que estaba sentado en frente de él, extendió en seguida el brazo para pasarme el salero y yo aproveché ese gesto para rozar su mano con la mía en lo que para mí fue un encuentro apasionado. Pero sus ojos verdes se mantuvieron inmóviles hacia el frente y continuó con su conversación trivial.
Sobrevino el postre, el café con las masitas que trajeron los tíos y en el medio un aluvión de mis miradas no correspondidas por Mauro. Otro almuerzo que me quedó atragantado e indigesto a pesar de tener mi corazón repleto de amor romántico en esa misma mesa.
Fueron en total doscientos setenta largos días; nueve meses de un flechazo que me atravesó como bólido, hasta que decidí poner fin a mis intentos semanales por captar su atención y aunque mi querer incorregible por ese chico se extendió bastante más, ese fue el día que borré de mi diario aquella gran cruz colorada.
Comments