Tiempo atrás manejaba mi auto y al prender la radio sintonicé un programa donde le hacían una entrevista a Fernando Salem, un director de cine argentino, que en aquél momento estrenaba su última película, La muerte no existe y el amor tampoco. Hacia el final de la conversación, la entrevistadora le preguntó por qué le parecía importante contar este tipo de historias y el hombre contestó con una frase sencilla que, a su vez, considero que encierra una verdad muy potente, dijo "como pueblo, tenemos que poder contar nuestras propias historias y disponer de pantallas para mostrarlas".
De chicos, las historias están presentes en todos los personajes que descubrimos a través de la televisión o, con un poco de suerte, de los libros. Si bien nunca fui fanática de la tv, el hábito de la lectura desenfrenada curiosamente me encontró en la adultez, donde me sorprendí a mí misma un sinnúmero de veces, completamente absorta en alguna novela mágica que devoré como pochoclos en el cine, mientras mi mente divagaba por algún universo paralelo inventado por mi imaginación. Será por eso que intento despegar un poco de las pantallas a mis sobrinos, pequeños fieles consumidores de todo tipo de jueguitos, y aprovecho la mayoría de sus cumpleaños para regalarles esos hermosos libros con ilustraciones coloridas o los que, al abrirlos, comienzan a desplegar figuras de dragones y dinosaurios (sus preferidos).
En mi recuerdo, las historias surgían durante los almuerzos familiares, algunas eran nuevas y otras las habíamos escuchado innumerables veces, reciclando la anécdota una y otra vez pero con el efecto original intacto, que podía oscilar en un abanico de emociones dessde la sorpresa, la nostalgia, la risa o hasta la diversión. En el libro Storytelling, la especialista en dicha temática, Bobette Buster, cuenta acerca de "un innovador estudio con niños llamado Do you know en el que han logrado aislar el predictor perfecto para el nivel de salud emocional y felicidad en la infancia: las narraciones. Según este estudio, cuanto más sabe un niño acerca de la "historia" de su familia, es decir, cuanta más información posee acerca de su entorno familiar y de los obstáculos que sus miembros han debido superar para sobrevivir y prosperar, mayores son la sensación de control de su propia vida y su autoconfianza".
Creo que estamos en un momento de un enorme auge de expresión; las redes sociales permiten que manifestemos cualquier tipo de pensamiento, desde el ya obsoleto "¿qué estas pensando?" que nos ofrecía el muro de Facebook, hasta los novedosas stories que podemos incluir en nuestro perfil de Instagram, los reels -videos cortos- de la misma aplicación y el nacimiento de TikTok con el mismo fin. Y no es menos real que hay una proliferación de autores nuevos- me incluyo- que cuentan sus experiencias personales o escriben sin ser escritores de profesión. Esto es clara evidencia de la necesidad que nos convoca hoy en día: comunicarnos. No tengo certeza sobre qué ocurrió primero, si la necesidad concreta o si la misma es consecuencia de las facilidades que brinda la tecnología pero lo cierto es que la gente quiere hablar, expresarse, contar, decir.
Austin Kleon explica en Show your work que nos gusta conocer las historias detrás de la creación de los productos porque es lo que nos permite conectar con ellos. En definitiva, se trata de algo muy elemental, la conexión en todas sus variantes, tal como dice Bobette Buster, "La única razón por la que contamos historias es para conectar en la verdad y "pasar la llama" a otros."
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