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Foto del escritorFiorella Levin

Intentar



Me desperté con el ruido de la lluvia y algunos truenos de lo que iba a ser una tormenta breve. No tuve ganas de hacer deporte prácticamente en toda la semana. Como cualquier sábado, hoy también tenía reservado mi turno en el gimnasio pero mientras desayunaba vi que me faltaban muy pocas páginas para terminar el último libro que escribió Isabel Allende, Mujeres del alma mía, y terminarlo me resultaba una propuesta bastante más tentadora que ir a entrenar. Me quedé.


Estos días viene dando vueltas en mi cabeza el tema de las relaciones, específicamente las románticas, y coincidentemente también está resonando en mi entorno más cercano. No es que nos creamos originales porque esta cuestión es bien antigua y jamás pierde vigencia. Es una obviedad porque nos pasamos la vida entera interactuando con otros. Compartí varias experiencias en las últimas semanas, conversaciones con amigas desencantadas con los hombres que tenían a su lado, otras que marcaron límites y dijeron basta y también algunos amigos que me contaron su necesidad de ventilarse fuera de la casa, lejos de sus parejas. Algunos solteros dijeron estar deseosos de conocer a alguien que por momentos pareciera no existir. Y mi experiencia personal se entremezcla con todo aquello.


Pienso en lo que leí esta mañana, Isabel Allende relatando las diferencias entre sus tres matrimonios. El primero con el padre de sus hijos, un hombre con quien sintió la necesidad de casarse porque es lo que correspondía hacer llegada cierta edad ("Hice un esfuerzo grande por cumplir con el papel de esposa y madre. No quería admitir que me estaba muriendo de tedio; el cerebro se me estaba convirtiendo en sopa de fideos"). Aquella unión desembocó en un primer divorció para Allende. Luego, a los cuarenta y cinco años, encontró un amor apasionado en Willie, su marido durante veintiocho años, con quien también terminó divorciándose aunque mantuvo una amistad hasta la muerte de Willie. Y después de él llegó Roger, un hombre viudo con hijos grandes como ella, que luego de leer algunos de sus libros le escribió cartas durante un tiempo y a quien finalmente conoció personalmente, pasados los setenta años, con quien también se casó. Esta última relación, que aún continúa, comenzó totalmente desprovista de pasión y con el reloj corriendo "porque a mi edad no tenía tiempo para perder".


Mis propias reflexiones, las charlas con mis amigas y amigos tuvieron un solo punto en común que se ve en el relato de Allende. No sabemos lo que puede pasar con otro apenas lo conocemos, tal vez la pasión genera una conexión al instante, otras no hay atracción física pero sí una buena conexión mental que deriva en una relación que se construye desde otro lado. Esto me hace pensar en la inexistencia de las formas o los formatos, cómo cada vínculo se construye según quienes sean los involucrados y hay tantos factores en el medio...


No hay dos relaciones iguales porque tampoco hay dos personas iguales. Elegimos un compañero de acuerdo a un gran número de variables; el momento que estamos atravesando, nuestros intereses, deseos, experiencia. Soy consciente de esto y saberlo y reconocerlo en otros me lleva a estirar mi flexibilidad todavía más, en un terreno donde tuve muchos ideales que con el tiempo pude desterrar, animándome a conocer diferentes hombres que, a pesar de tener grandes diferencias o cuestiones que creía innegociables desde un primer momento, pude darme una segunda oportunidad. Y esto es lo que considero más relevante, la oportunidad no es para el otro sino para uno, quien se expone, experimenta, aprende y crece como persona. Como hablé esta tarde con uno de esos amigos, es conveniente seguir intentando porque aunque a veces genera frustración, mirando hacia atrás aquél que sabe capitalizar las experiencias siempre sacará algo en limpio, especialmente de sí mismo.


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