Me gusta hablar de los pequeños gestos (y de hecho ya lo hice varias veces) porque creo que dice mucho de la persona que los tiene. Hace un tiempo sigo en Instagram a esta chica que se convirtió en influencer del mundo fit por un cambio rotundo de hábitos. En su cuenta muestra, como buena influencer, sus cambios físicos a través del tiempo, lo que come, recetas, profesionales que consulta, en fin, todo lo que involucra su mundo fitness. Además es periodista de una conocida revista por lo que también comparte entrevistas que le hace a todo tipo de personalidades. Me gusta porque tiene empuje, escribió dos libros, da talleres de comida saludable, además del tipo de vida saludable que lleva que, en muchas cosas que adhiero, me resulta una referente. Y es una buscadora curiosa, además de generosa, porque comparte todo lo que hace
Pero esta es solo la introducción para hablar de lo que más me llamó la atención de ella, después de un buen tiempo que la sigo, porque esta mujer tiene grandes gestos con completos desconocidos. Cuando va a entrevistar a alguien que no conoce, lleva un budín fit hecho por ella misma. Cuando contrata a una decoradora para su casa o a una paisajista para que le arregle sus plantas, le comparte muffins que hizo esa tarde. Lo mismo si se va a hacer las manos o algún tratamiento de belleza, o cuando le regalan algo en la dietética donde suele comprar los ingredientes para sus recetas. Si, soy consciente del marketing de los influencers pero también es cierto que todos sabemos diferenciar cuando algo es genuino o impostado y los gestos de esta chica, a mi modo de ver, son auténticos porque ella lo es.
Más allá de ella, sus gestos me dejaron pensando hace un tiempo. Porque soy de tener gestos de manera habitual pero la mayoría de las veces los tengo con personas que conozco: mis amigos, mi familia, mis amigos del running team, los profes. Y dejo de lado acá el dar caritativo (una donación a un refugio de animales, ayudar a una persona en situación de calle, etc) porque tampoco tiene que ver con eso. Solo simples gestos con completos desconocidos.
Así que empecé a adoptarlo y descubrí varias cosas. Primero aproveché los intercambios de libros que tienen lugar todos los viernes en la cuenta de Que gire una pila de libros. Me lo tomé como un juego "a ver qué pasa" y a esos intercambios que eran básicamente un trueque sellado con un pase de mano de libros, sumé cosas pequeñas (y de un costo ínfimo): un lápiz, una goma de borrar, una notita, todo presentado en un sobre con stickers (sí, amo eso!) y para los hombres alguna golosina con notita, claro. Lo primero que disfruté son las reacciones de sorpresa cuando ven el pequeño paquetito, casi como un niño recibiendo un chupetín, pero también me sorprendí al ver que, en seguida, el otro se siente en falta, casi culpable, por entregar el libro "pelado", como me dijo uno de los chicos con los que intercambié. Y luego del encuentro, me llega un cálido mensaje de agradecimiento que me hace sentir tan bien; "qué amorosa" "qué lindo tu gesto", "me emocioné con tu notita, gracias!". Las pequeñas cosas a mi me emocionan.
Y pasan otras, mágicas también, esas sincronías de la vida, no tengo otro nombre para designarlas porque solo así les encuentro sentido. Amplié mis pequeños gestos con desconocidos en otras oportunidades. Hace poco, hice un pedido de sushi vegano (que no abunda) a unos chicos que empezaron un emprendimiento y que estaban físicamente lejos. Para peor, la chica (la sushi woman vegana) me cuenta que se les rompió la heladera y que tuvieron que irse a cocinar a El Talar (aprox 40 minutos de donde vivo), la historia hecha corta es que lo que cobraban de costo de envío no tenía relación con lo que había pedido y cuando se lo hice notar me dijo que el postre venía de regalo. Primero me negué "estás loca! si están empezando, olvidate!". Pero me insistió y yo decidí aceptar su gesto (sí, esto es una decisión) y también se me prendió la lamparita. Así que repetí mi experimento pero esta vez le compré varios de estos alfajores veganos (deliciosos, que ya recomendé), sumé bolsita, notita, lapicito, tortuguita de goma (insisto, vegana). A la hora acordada, llega mi pedido que lo entrega su socio en auto y se sorprende cuando le digo que esa bolsita es para ellos por "la buena onda". Por un segundo, además de callado se queda duro y me pregunta con tono de total descoloque "¿En serio?" me pregunta. "Sí, en serio", le contesto. Pasa un rato. Y llega la magia:
Descubrí también algo de mí misma, una cierta incomodidad al momento de dar algo a otro que no conozco; sabiendo algo que el otro aun no sabe. Me pregunto si será la falta de costumbre, el miedo al prejuicio del otro.
Dar y recibir, ese ejercicio tan primario que aprendemos de chicos y que me sigue pareciendo un ejercicio hermoso porque se puede aprender mucho de uno mismo, entender por qué te cuesta dar o por qué recibir. O si, por el contrario, te sale fácilmente o te incomoda. Y confirma, como suele ocurrir, que no tenemos idea - ni la más remota- de lo que hay del otro lado toda vez que intercambiamos. Quizás un día triste, una discusión, o un cumpleaños a puro trabajo. Si bien no arregla el mundo, tanto dar como recibir genera una conexión muy humana, gratificante, bella, aunque solo sea por el tiempo que dure ese intercambio. Y al menos a mi eso me basta para seguir haciéndolo, sumando mi grano de arena de amabilidad hacia este mundo, que más que nunca necesita de nuestro afecto.
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