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Foto del escritorFiorella Levin

El tiempo que espero

Hace unos días el asunto "tiempo" volvió a acaparar bastante espacio dentro de mi cháchara mental (digamos un 60% del total de la cháchara, un montón). Bueno, para ser sincera nunca se terminó de ir del todo, desde que tengo memoria; quedó ahí boyando in the back of my head y cuando algún suceso me dispara el asunto, pum! ahí aparece en primera fila, levanta la mano y grita "presente!" a viva voz.


Creo que uno de mis grandes desafíos sigue siendo el que respecta al tiempo, comprendo ciertas cosas acerca de su funcionamiento -la teoría- pero en lo que concierne a la práctica y al momento en que suceden las cosas, arrastro signos de interrogación hace... tiempo.


Y es que últimamente me encuentro a la espera, situación que me estampa de frente la temática y me veo a mi misma condensada en una imagen: sentada, de piernas cruzadas, con las manos entrelazando los dedos, mientras los pulgares se mueven hacia adelante escapando el uno del otro en círculos. Esta espera me toca el timbre cuando tengo temas pendientes como ahora, que ya les di curso de mi parte pero aun resta el accionar de otra persona, que lejos de estar en deuda, me anticipó lo que de hecho está ocurriendo, en síntesis, mala mía. Incluso sabiendo, espero. No sé no esperar. Teoría: check, práctica: Levin a marzo. La sensación es lo que prevalece, esa tensión interna que se relaja sólo cuando llega el momento, y de momento no lo hace.


Y, tal vez, en un intento por no volver a sentir esa necesidad de adelantar las horas y que llegue ese día que espero, pienso acerca del tiempo, de él como entidad y de las cosas que me genera.


A mi el tiempo me corre hace tiempo, es el mismo que año tras año me desafía con los objetivos que escribo cada primer semana de enero y el apretón que siento al final de ese mismo año, cuando analizo el balance y evalúo cuáles cumplí. Voy tras mis metas como conejo persiguiendo zanahorias (lo cual me gusta, no me quejo) y muchas veces lo consigo, estudiar un idioma desconocido, nuevos clientes para mi trabajo, terminar un curso de cocina o alguna carrera que logro completar corriendo.


Pero también están los otros, los intangibles, los que ni el conejo pareciera alcanzar, esos que una y otra vez se me escurren entre los dedos como granitos de arena, aquellos que se demoran hace rato (en mi definición de rato), que en ese mismo rato me hicieron dudar muchas veces sobre mis propias metas. Son los objetivos más duros porque a pesar del intento por concretarlos, incluso de varias maneras, es como nadar contra la corriente. Prueba error, prueba error. Y así llega esa sensación de se-me-pasa-la-vida, y se fuga el tiempo. Ya no tengo ese sentido de la urgencia porque llegue lo que deseo, aunque tampoco me resigno a que no llegue, y como si fuera un tamiz, lo que queda en el fondo es la fe, una fe que también es ambivalente, y por momentos se toma licencia.

El tiempo también me muestra su lado bondadoso, la buena mejilla que resurge después de padecer poniendo la otra, un poco fatigada de tantas cachetadas. Es la que me hace sentir más madura, más sabia y también mas fuerte por haber vivido lo vivido y aprendido en todo ese trayecto. Es la que hoy me dejó lista para el próximo aprendizaje porque también, me fue habituando con el correr del reloj, ablandando el corazón y amansando mi carácter.


El tiempo a veces tiene aspecto de monstruo cuando me enfrenta con mi propio enemigo, ese que sufre de obsesión y quiere estar siempre al mando, paradito ahí desde lo alto de su torre, controlando la vida en una ilusión que es sólo suya. Y cuando cae en la cuenta de que no tiene poder alguno, saca su dedo acusador y lo señala para dejarlo en evidencia, exigiéndole que haga sus deberes, aunque la agenda no sea suya.


Tiempo perdido en esperas ajenas, el tiempo deseando ingenuamente, el tiempo muerto, los tiempos que no vuelven pero que, mirando en retrospectiva, adquieren un nuevo significado y se convierten en otra categoría de tiempo, de aquella que forma parte del tiempo aprendiendo.


Y sobre el tiempo que todavía no figura en la línea de la historia porque es tiempo por venir, sólo un deseo, el de poder mirar atrás y alegrarme por el camino recorrido, por haber dejado un legado que toque a más de uno, y agradecimiento por las personas que me acompañaron en el viaje.

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