Encontré en mis lecturas de estos días relación con las mentiras. Inventamos pequeñas mentiras porque a veces, de esa manera, podemos funcionar mejor, nos es funcional en algún aspecto. Por ejemplo, nos mentimos cuando decimos que nos indigestamos porque la comida estaba en mal estado, cuando sabemos que lo que nos cayó mal fue aquél comentario que dijo alguien (recordemos mi bronca exteriorizada en la fractura de mi dedo del pie). Nos mentimos para evadirnos de aquellas cosas que nos duele afrontar si las miráramos de frente. También, mentimos para encajar con lo que se espera de nosotros. Me pregunto hasta qué punto mentir no será, en cierta medida, una manera de protegernos de nuestra propia psiquis.
El autocuestionamiento honesto es difícil de lograr. Requiere que nos formulemos simples preguntas incómodas de contestar. De hecho, en mi experiencia, mientras más incómoda es la respuesta, más se acercará a ser verdadera (Mark Manson, El sutil arte de que (casi todo) te importe una mierda)
En general, la gente piensa muchas más cosas de las que se atreve a realizar, e infinitas más de las que acepta confesarse. (Del cuento El asesino intachable, Abelardo Castillo)
Sor Taddea conversa con dos niños. Les dice:
Conocer la vida de los santos os servirá cuando crezcáis. Tú, Roberta, ¿qué quieres ser de mayor?
- Santa.
Sor Taddea sonríe y aprueba. Ésta es la primera enseñanza que nos servirá cuando crezcamos: lo importante no es decir la verdad, sino aquello que hace felices a los demás.
- ¿Y tú, Almerico?
- Yo soy un genio, seguramente salvaré el mundo, pero aún tengo que encontrar mi camino- Me doy cuenta de que mi respuesta le ha gustado menos que la de Roberta. Las monjas no son malas, pero tienen la manía del bien y el mal. Lo que está un poco bien y un poco mal no existe, siempre hay el cincuenta por ciento de posibilidades de equivocarnos e ir al infierno. Decir que queremos ser lo que es nuestro padre, o futbolista, o médico, está bien; decir que somos unos genios y queremos salvar el mundo no; quiero ser bombero- me corrijo.
Respuesta correcta, la monja sonríe.
(Somos una familia, Fabio Bartolomei)
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