Y llegué hasta el final una vez más, hoy la consigna fue la siguiente:
Me gusta la idea de que todo período puede reducirse a una enumeración.
Y acá mi creación:
Quedaron los juguetes esparcidos en el suelo. El tren con sus cinco vagones intactos, las dos muñecas de trapo, la casita de plástico y el cubo de colores que tiene un cascabel adentro. La pelota de fútbol en medio del living con dos arcos improvisados y todos los muebles arrinconados para evitar cualquier tipo de accidente.
Son casi las tres y quisiera dormir siesta pero al igual que en los últimos cinco meses, el vacío no me lo permite. Entonces en su reemplazo salgo al balcón y de pie, miro hacia abajo, apoyado en la baranda. La calle está en silencio y escucho el ruido del aleteo de las palomas que anidaron en la medianera de al lado, a la altura del balcón del vecino.
Me entretuve ayudándolos a comer y mi plato quedó casi lleno, me olvidé de mi propio almuerzo y mi estómago ahora se queja. En la mesa de la cocina está todo intacto, los dos platitos de plástico, el mío más grande, con una ensalada a medio condimentar y una milanesa sin cortar. Levanto sus platos y los acerco a la pileta, tendré tiempo de sobra de lavarlos. Vuelvo a la mesa y como mi almuerzo tardío mirando fijo la mancha de humedad que hay en la pared de enfrente, me pregunto si se habrá roto el caño de la pileta del vecino, no sé de dónde salió esa mancha.
Cuatro de la tarde, sigo sentado en el mismo lugar, mis ojos deambulan por la cocina mientras invento escenarios donde me gustaría estar ahora con ellos. Quisiera llevarlos al sur, mostrarles cada uno de los lugares donde paré cuando era mochilero y contarles las historias que me llevé a cuestas. Quiero que vean las olas, que toquen la espuma con sus manitas y me miren con esas caras de inocencia por aquella maravilla recién descubierta.
Fito me busca, mueve la cola porque quiere que lo saque a dar una vuelta. Agarro su collar marrón, desganado y cansado, pero él no tiene la culpa entonces accedo a su pedido y bajamos. Hacemos una vuelta juntos y en la plaza lo dejo suelto, me gusta verlo corriendo libre, oliendo el pasto y jugando con otros perros. Lo espero de pie apoyado en la reja de la plaza mientras veo a una madre hamacando a su hija pequeña. Otro padre inventa castillos con la arena manoseada por muchas manos. La calesita, a lo lejos, trae su música al completar cada vuelta. Camino unos pasos, busco a Fito con la mirada, alguien lo acaricia y ahora me busca él, que ya está trotando y viene a encontrarse conmigo.
La puerta de entrada sigue rechinando cada vez que la empujo, me recuesto en el sillón mientras escucho de fondo que Fito toma agua con ganas como siempre que vuelve de sus paseos. El tocadiscos me convoca y elijo un blues suave pero que me hable fuerte, puedo prepararme un whisky antes de caer rendido. Eso y ayudarme con el libro que empecé a leer la semana pasada, las dos cosas deberían propiciar un buen descanso. Miro los juguetes una vez más antes de guardarlos, recién volveremos a sacarlos el próximo domingo. Y aunque el desorden me perturba, no quiero ordenar nada, mi casa ordenada es solo mía y ya me cansé de ese orden y también de los domingos.
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