Tengo particular interés por la lectura de biografías, me resulta fascinante conocer la historia detrás de lo que se conoce de las figuras como deportistas, empresarios, científicos, políticos, etc. Creo que parte de este amor nace de la necesidad de bajarlos de ese pedestal donde a veces los ubicamos, porque escuchamos acerca de sus proezas desde lo que se conoce públicamente, pero desconocemos por completo el detrás de escena; sus historias familiares, el camino que tuvieron que recorrer para lograr lo que lograron y especialmente la lucha con los demonios que llevan dentro (de esos no se salva nadie). En esas lecturas sencillamente termino viendo humanos y confirmando vez tras vez que en el fondo y a pesar de los matices, todos somos iguales.
Creo que fue un poco por casualidad que sumé a mi catálogo literario los diarios personales de otro tipo de individuos, gente ordinaria con ocupaciones variadas; escritores, humoristas pero también puede ser cualquier otra profesión. El primer diario que leí fue sin dudas el de Ana Frank, esa niña de origen alemán judío que se hizo mundialmente conocida por los motivos más tristes, porque plasmó sus vivencias durante los dos años que ella y su familia permanecieron ocultos en Amsterdam, Holanda, como consecuencia de la persecución a los judíos orquestada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y cuyo único sobreviviente fue el padre, quien publicó el diario de su hija una vez que lo recuperó.
Aquél diario quedó lejos en el tiempo porque llegó a mis manos cuando aún iba al colegio y asumo debe haber sido un regalo de alguno de mis padres, no lo recuerdo. Lo que sí conservo en mi memoria es la visita que hicimos con papá, el año que cumplí 15 años, y me llevó de viaje por Europa, donde tuve la dicha de conocer Amsterdam, entre otras ciudades europeas, y donde también tuve la mala idea de pedirle que fuéramos a la que había sido la casa de Ana Frank, recuerdo la visita perfectamente y mi llanto angustioso al salir, casi como si las paredes hubieran hablado y contado el horror que sobrevino en ese oscuro y aún incomprensible período de la humanidad.
Yo a los 15 años, en la puerta de la que fue la casa de Ana Frank, convertido en museo, con ojos llorosos.
El diario de David Sedaris fue una compra de fe, tengo el hábito de adquirir libros que recomiendan otros autores a quienes admiro, sin importar lo que sepa del autor sugerido (en realidad, cuanto menos conozca, mejor). El libro Theft by finding fue una sugerencia que encontré en una obra de Austin Kleon y lo que me llevó a tenerlo es que se refería a éste como un diario basado en conversaciones que Sedaris escuchó en la vía pública, lo cual capturó mi atención al instante, nunca se me hubiera ocurrido escribir las conversaciones ajenas que escucho (aunque disfruto de ese acto cuando salgo a tomar un café sola). Este humorista estadounidense me sorprendió en muchos sentidos, en primer lugar porque el ejemplar impreso resultó tener tres veces el volumen que esperaba (lo ordené online) ya que recopila sus vivencias entre los años 1977 y 2002.
Las entradas de este diario describen hechos tan dispares como elocuentes: recetas de cocina, registro de peleas entre vecinos, agresiones en la vía pública así como también un detalle de las drogas que el autor consume y el efecto que le producen, sus trabajos haciendo changas como pintor, asistente personal, carpintero o ayudante de mudanzas y también se puede apreciar cómo va forjando su carrera profesional en la convergencia de varios trabajos. El telón de fondo también es sumamente interesante, porque describe un mundo y un Estados Unidos donde abunda la discriminación de todo tipo y a la luz del día (no estoy segura de que eso haya cambiado tanto), el machismo, la agresión (bueno, esto tampoco) todo entremezclado con sus miedos, angustias y pérdidas afectivas.
"Diciembre 25, 1984
Para Navidad recibí:
6 pares de calzoncillos
Una remera de parte de Gretchen
Salero y pimentero de Fiestaware
Una caja de tizas pastel
$2 en efectivo
Un cheque por $125"
Mencioné en otro post mi experiencia leyendo La novela luminosa de Mario Levrero, que de alguna forma son dos libros en uno -o esa fue mi impresión- ya que incluye capítulos de una vieja novela abandonada por el autor dieciséis años atrás, y una primera parte la cual llama El diario de la beca, que se compone de un registro durante todo el año 2000 y que constituye un intento por completar aquella novela abandonada con anterioridad.
Las apreciaciones durante aquél año son una superposición de acciones rutinarias y repetitivas: programas que inventa para la computadora, descripciones tragicómicas de una paloma muerta en la azotea vecina, los paseos por la ciudad que realiza con diferentes acompañantes femeninas, sus visitas semanales a un puesto de libros, las quejas sobre su imposibilidad de irse a dormir a un horario razonable, el taller de literatura que brinda quincenalmente, su devoción por los juegos en línea y obsesión por la pornografía, entre otras cosas. Todo ello se completa con sus constantes hipótesis sobre diversas enfermedades que podría estar padeciendo, sumado a los efectos adversos de los medicamentos que consume. Algo a destacar, especialmente hacia el final del Diario de la beca, es el registro e interpretación que el autor realiza sobre sus propios sueños. Si hay algo que rescato de esta obra de Levrero es su autenticidad y honestidad bruta donde expone sus propias miserias con una sinceridad sin escrúpulos digna de admiración, como esta:
"Es justamente esa odiosa parte mía la que me ha venido gobernando desde hace demasiado tiempo, y es hora de dar un golpe de Estado en mi estructura psíquica y poner al mando a un ser razonable. Ese niño caprichoso, ese reptil primitivo, esa masa doliente y sufriente tiene que borrarse, que hundirse, que soltar definitivamente el poder que maneja mis conductas".
Guardo para el final una última mención para Isabel Allende, de quien soy gran admiradora. Sucede que más allá de las temáticas que toca (que muchas veces son redundantes como la referencia a situaciones vividas producto de su exilio o a la dictadura militar chilena durante el gobierno de Augusto Pinochet), tiene un modo de expresarse sin igual, las metáforas que emplea para describir acontecimientos son sencillamente únicas. Y hubo un libro, Paula, que si bien no es estrictamente un diario es el registro fidedigno de sus vivencias durante los dos años en los que su hija Paula cayó enferma de gravedad a causa de porfiria, la que provocó su muerte prematura con apenas veintinueve años. El relato es desgarrador por el hecho que refleja una humanidad muy a flor de piel en cada hoja que le escribe a su hija, quien yace en coma y a quien le cuenta historias de la familia, repasa sucesos triviales que compartieron juntas y a quien le escribe "para traerte de vuelta a la vida". Es un diario de una madre desesperada que no comprende cómo podrá continuar su vida, haciéndose preguntas sobre el tiempo y que ella misma es incapaz de contestar:
"Para siempre... ¿qué es eso, Paula? He perdido la medida del tiempo en este edificio blanco donde reina el eco y nunca es de noche. Se han esfumado las fronteras de la realidad, la vida es un laberinto de espejos encontrados y de imágenes torcidas".
Paula es un diario sangrante imposible de curar, porque la muerte de un hijo es algo imposible de superar. Y a la vez es lo que ayuda a la autora a atravesar el proceso hasta el final. Será por esto que leer diarios personales me resulta algo muy íntimo, e irónicamente tienen en común que muchas veces precisan hechos fútiles, banales, y es justamente ahí donde podemos ver lo más real que es quién se esconde detrás de la pluma, las inquietudes del autor, sus sentimientos más genuinos, sus preocupaciones y su mirada de la vida.
Leyendo este tipo de libros, encontré que no hay una historia grandiosa para contar sino vidas extraordinarias que lo son por las sutilezas que comparten en sus escritos y que expresan un mundo entero, sus mundos, desde el cual señalan como si fuera un dedo, el foco hacia donde dirigen su mirada. Cualquiera podría pensar ¿A quién le importa esto? (Levrero de hecho lo hace a lo largo de varios pasajes en su libro) y es justamente ahí donde reside el encanto, porque quien sabe tomar aprendizajes de cualquier interacción también encontrará riqueza en estas lecturas, sin importar la profundidad del relato. Existe riqueza en la mirada del otro y la mente se encarga sola de tomar lo que precisa y es lo que más tarde queda resonando en el lector, solo hay que estar atentos y dejarse llevar por la narración.
Comments