"¿Con este calor vas a ir a correr?", fue la pregunta de mi mama. Y es que hacían mil grados a la sombra. Yo salí igual porque llevo muchos años entrenando y después de cierto tiempo, uno comienza a conocer su cuerpo, la respiración al caminar o al trotar, que no es la misma que cuando corro y también se siente muy diferente a aquella cuando voy a andar en bicicleta.
Hace unos años me pasó algo notable. En aquél entonces corría sola (luego me sumé a un hermoso equipo) y me había inscripto en una carrera de 15km, la primera que iba a correr en esa distancia. Me preparé los meses previos y estaba lista y motivada para cruzar la meta y de hecho lo hice aunque, apenas una hora después, cuando volvía caminando sola hacia donde había estacionado el auto, comencé a sentir un fuerte dolor abdominal y la sensación de que me iba a desmayar. Tuve que frenar y sentarme un buen rato en la vereda, deseando que el dolor cesara porque era insoportable. Si bien no se fue por completo, al rato pude volver a mi casa, me sentí muy mal y me llevó el día entero recuperarme. Una vez recuperada, busqué información para comprender qué podría haber sucedido y creí que era un calambre en el estómago, lo cual es habitual al correr, especialmente al hacer grandes esfuerzos.
Transcurridos varios días después de aquella carrera, cada vez que salía a entrenar, sentía una puntada en el costado derecho, que ya no era de dolor pero sí una molestia grande y si no frenaba la marcha, aumentaba. Entonces me asusté, porque pensé que algo se había arruinado dentro mío a raíz de esa carrera y la cabeza es traicionera cuando se trata de dolencias físicas. Fui a ver a un médico, que me derivó a otro médico deportólogo, estudios, bla, bla, bla, larga historia hecha corta: no encontraron nada y luego de una sugerencia de un entendido en el tema, tomé algunas sesiones con una osteópata y finalmente la molestia se fue.
En Agosto de 2019 corrí por primera vez la media maratón de Buenos Aires, exactamente 21.0975 km, luego de haber entrenado intensamente todo ese año previo. Venía corriendo varias carreras, todas de menor distancia, sin sufrir ningún tipo de molestia pero al finalizar la de 21km, sucedió lo mismo que aquella vez en la de 15km pero agravado, estuve todo el día en cama, descompuesta, débil, presión baja y como el malestar no cesaba, pedí un médico a domicilio.
Pocos días después saqué un turno casi de urgencia (paranoica yo? naa) y fui a ver a una reconocida médica deportóloga también corredora (dato fundamental!) quien, apenas le comenté el cuadro, me explicó decidida lo que creía que me sucedía (posteriormente confirmó el cuadro con los estudios que me mandó a hacer). Solo me hizo una pregunta: ¿comiste algo durante la carrera?
Es sabido en el mundo runner que a medida que corremos mayores distancias, es preciso ingerir alimentos durante la carrera para subir la glucosa en sangre, de lo contrario el cuerpo se queda sin reservas y comienza a tomar energía básicamente de donde puede. En la carrera de 15km no había ingerido nada y en la de 21km, tan solo dos o tres gomitas de azúcar. La médica me explicó que mientras uno corre y está motivado por cruzar el arco de llegada, la adrenalina, las endorfinas, la dopamina generan que el cuerpo siga adelante y resista, pero una vez que el esfuerzo termina -y el objetivo se cumple- si no se mantuvieron las reservas de glucosa en sangre, el cuerpo colapsa. El cuerpo siempre sigue a la cabeza. Frente a mi pregunta acerca de la posibilidad de sentir tanto dolor después de una competición de este tipo, su respuesta fue muy sencilla y para mi, reveladora: "así como hacés entrenamientos corriendo, el estómago también se entrena". Entrenar el estómago, me pareció una definición genial.
Igual que podemos acostumbrarnos a entrenar en climas adversos -lluvia, nieve, temperaturas bajo cero, humedad, montaña, etc- también podemos entrenar a nuestro cuerpo para adaptarse a nuevas condiciones, como en este caso a través de la ingesta de alimentos. y de esa forma, correr nuevos límites con el cuerpo.
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