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Foto del escritorFiorella Levin

Cerrar una casa - Día 2

Increíble la consigna del día de hoy, mirá:



Y así arranqué:


Silvestre me entregó las llaves y me pidió que pasara a llevarme lo que quisiera. Cuando lo dijo, asentí sin dudar pero en realidad me hubiera gustado decirle que no tenía tiempo para eso, que mi vida ya estaba justa de tiempos con tres hijos y un trabajo por demás absorbente. El hecho es que quise mucho a Paca y fue una gran vecina durante todos estos años; acudió en mi rescate en varias ocasiones, cuando me quedaba sin leche para la chocolatada de los nenes o cuando le pedía que los mire diez minutos porque me había llegado un sobre y tenía que bajar a firmarle al empleado del correo.


Tuve sus llaves más de quince días hasta que pude pasar por ahí porque a pesar de vivir al lado de mi casa, el hombre me adelantó que una prima iba a pasar pronto y me pareció respetuoso cederle el lugar porque aunque yo sabía que la relación entre las primas era nula, no dejaban de ser parientes y preferí evitar cualquier tipo de disputas de las que nunca faltan cuando alguien de la familia muere.


Ya había estado ahí dentro en varias oportunidades, aun así fue extraño cruzar el umbral y ver todo ese espacio despejado, sin un solo mueble ni los cuadros de acuarelas que Paca tanto quería. A pesar de que estaba ventilado, flotaba en el ambiente un resabio de humedad producto del calor agobiante que invade la ciudad cada enero. Caminé por el pasillo y entré en la habitación que servía de estudio, todavía estaba ahí la enorme biblioteca que ocupaba la pared entera y pude ver que ya se habían llevado la mayoría de los libros. Sabía que Paca era una ávida lectora pero mi asombro fue monumental al ver ese ejemplar que parecía ignorado en un rincón del mueble. La tapa estaba gastada y en la primera hoja había un sello ilegible de alguna librería de usados aunque la dedicatoria figuraba intacta y era evidente que no estaba destinada a Paca porque decía: “Enrique, este es libro del que tanto te hablé. Si querés entender el espiritismo, tenés que leer a Kardec”. ¿Paca leyendo sobre espiritismo?, pensé. Pronto recordé nuestras conversaciones sobre la religión que impartía el colegio de los chicos y ella solía decir que no creía en nada, “cuando te morís, se apaga la luz y no hay nada más, fin”, ese era su mantra.


Fuera de esta revelación, no encontré ningún hallazgo considerable en la biblioteca, el placard donde guardaba papeles y documentos de su trabajo también había sido vaciado y quedaba una silla plegada de espaldas a la otra pared. Caminé hasta la habitación principal, nada. Las cortinas blancas filtraban la luz y se veían partículas de polvo flotando en medio del cuarto. No había muebles y al abrir el perchero del placard solo encontré algo de ropa que jamás me pondría; un vestido de manga larga marrón a cuadros, una blusa de un rosa gastado y otras prendas en la misma tonalidad de colores cansados, ropa triste, de invierno, totalmente desubicada en medio del verano actual.


Di una vuelta rápida en los ambientes restantes, la cocina, el baño, el toilette, solo encontré aquello que nadie se lleva, algunos repasadores, toallas gastadas, elementos de cocina oxidados por el uso constante que les dio Paca en su adorada cocina.


No quise perder más tiempo, ahí no iba a hallar nada útil para mí entonces fui hasta la puerta de entrada y al bajar la manija, todavía del lado de adentro, vi algo que brillaba cerca del techo, justo encima de la bisagra. Era un objeto diminuto que no alcanzaba a ver. La curiosidad quiso que buscara la silla que había quedado plegada en la habitación de la biblioteca, la trasladé y la ubiqué de frente a la puerta. Me subí para inspeccionar aquel elemento resplandeciente y de un primer vistazo no entendí bien de qué se trataba pero al mirar detenidamente noté que era una esfera transparente que de algún modo irradiaba - o reflejaba- luz. Pero lo interesante fue su contenido porque al tomarlo con mis manos comprobé que había dentro un pequeño papel con la leyenda “Dios bendiga este hogar”. Volví a dejar la esfera y la silla en su lugar, salí, cerré con llave y fui a buscar a mis hijos al colegio.

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