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  • Foto del escritorFiorella Levin

Cambio, cambio

"No one stays the same (...), change is a thing you can count on" dice Miley Cyrus en la canción "Younger now". Y a pesar de que sabemos que el cambio es inevitable y que va a tocarnos la puerta varias veces a lo largo de nuestras vidas, en ocasiones hacemos hasta lo imposible para esquivarlo. Esa pareja que sabemos que no-va-más, el trabajo que nos estresa y nos saca más energía de la que nos da, la carrera que estamos por terminar pero que nunca nos gustó y tantos ejemplos más.


Desde el punto de vista biológico, el cerebro no está preparado para el cambio, de hecho lo rechaza porque atenta contra la supervivencia. De acuerdo a la Asociación Educar, en su curso "Neurociencias y Liderazgo", "el cerebro que poseemos hoy en día los seres humanos terminó de formarse evolutivamente hace unos 160 mil años, en la sabana africana. Esto significa que fue desarrollado para actuar en ese escenario. En esa época y lugar, para que nuestra supervivencia se viera garantizada, era mas importante reaccionar ante un estímulo de forma rápida (...). Debido a que los ciclos de la evolución son prolongados, nuestro cerebro sigue siendo el mismo de aquellas épocas y por ello la adaptación a las exigencias del mundo actual nos resulta compleja. Parte de nuestro legado evolutivo es contar con un sistema instintivo/ emocional que nos permite reaccionar a través de nuestro instintos y emociones en milésimas de segundos, esta rápida reacción se encuentra relacionada con el cuidado y garantía de nuestra supervivencia. Consume muy poca energía para activarse y funcionar, y garantiza la supervivencia inmediata en el aquí y ahora." Entonces, como el cerebro busca economía de energía, todo lo que implique un gasto extra de la misma (por ejemplo, lo nuevo), constituye una amenaza. Cambiar, en términos biológicos, significa trazar un nuevo recorrido neuronal al que el cerebro no está habituado y de ahí que nos cueste.


Alguna vez me pregunté ¿qué nos lleva a cambiar? Pienso que ciertos cambios ocurren como consecuencia de un suceso externo o fortuito: un traslado laboral, una persona que elige alejarse de nosotros, la pérdida de un embarazo, etc, todas modificaciones que posiblemente generarán otras en la persona. Y luego, están esos que decidimos a conciencia, bien porque tenemos el deseo (bajar de peso, practicar un nuevo deporte, mudarnos) o porque el dolor/incomodidad de mantenernos en la misma situación es mayor que el miedo que nos genera cambiar. En cualquier caso, tendremos que poner una buena dosis de voluntad.


Como a todos, también atravesé varios cambios en mi vida, en general me considero una persona de acción, es decir que si me propongo modificar algo a conciencia no me genera mucha incomodidad (salvo cuando me propongo que dejar de comer chocolates!). Me mudé, cambié varias veces de carrera, de trabajo, viví en el exterior, cambié de pareja, y demás. Pero, luego de bastante tiempo invertido en conocerme a mí misma -léase años de terapia, coaching, lectura de libros de liderazgo y autoayuda y especialmente de tiempo dedicado a observarme a mí misma- comprendí que hay un tipo de cambio bravo que cuesta, porque es silencioso y no se muestra de modo expreso, que es aquél que tiene que ver con nuestra identidad. Porque no es que un día nos despertamos y decimos "quiero cambiar parte de mi identidad" (en el sentido figurado de la palabra) sino que muchas veces, ocurre algo que dispara ese cambio.

El documental de Netflix "Miss Americana" muestra la evolución artística y personal de la cantante y compositora Taylor Swift, quien empezó a componer y a cantar a muy temprana edad. Ella misma explica que su vida se basaba en complacer a otros -familia, fans, productores- y a cumplir con lo que se esperaba de ella; incluso su entorno más cercano le sugería no opinar sobre determinados temas como política. Luego, en el pico de su carrera, suceden una serie de eventos que la impulsan a replantearse la forma en que está viviendo su vida: su reputación cae en picada, los comentarios públicos comienzan a afectarla demasiado, sufre acoso sexual por parte de un oportunista con quien termina yendo a juicio. Y también se enamora de un hombre a quien define como "una persona buena y sana".


Luego de alejarse por un tiempo de la escena pública, vemos el regreso de una Taylor Swift cambiada y especialmente harta de vivir la vida con tantas normas y presiones. Hacia el final, hay una escena brillante, donde se la ve conversando con un círculo íntimo de gente (miembros de su familia y de su equipo artístico), en la que la instan, al igual que antes, a no opinar sobre la candidatura de la primer senadora mujer de su estado - Tennessee- a quien ella no tolera por considerar que no representa los intereses de las mujeres, entre otras cosas. Y ella les explica que siente la necesidad de hablar y de expresarse. Y así lo hace, a riesgo de las críticas que, de hecho, más tarde recibe, hasta del mismísimo presidente Donald Trump. Esta cantante deja de ser la chica obediente que se calla y no opina y se transforma en la persona que se expresa, dejando en claro sus ideales y sus valores sin tapujos.


El documental me llevó a pensar en las convicciones y en las consecuencias de ser fieles a lo que creemos, a la identidad que nos constituye hoy, porque sí, también muta. Pienso en el dolor y en la incomodidad que esta chica eligió sostener y cómo en definitiva cargar con lo que no somos, con tal de mostrarnos de determinada forma, resulta siendo más dañino que cambiarlo por lo que sí creemos y sí somos, aunque eso no agrade a tanta gente. Tal como dice ella en algún momento del documental, "si opino van a hablar y si no opino, van a hablar porque no opiné".


Cambio y flexibilidad son dos palabras que para mi deberían emplearse juntas. Los cambios que mas me costaron fueron aquellos donde me mantuve rígida en cómo yo misma pensaba que era; "soy la que va a construir una empresa para toda la vida", por ejemplo, creyendo que esa identidad la tenía comprada de por vida. El día que solté el apego a esa creencia, a esa identificación, y me permití elegir lo que quería de verdad, sentí alivio. El cambio fluye mejor cuando le damos permiso para ser, y nosotros con él.


Me acuerdo ahora que cuando era chica odiaba la remolacha y hoy es una verdura que me encanta y que un día decidí darle una segunda oportunidad (de nada, remolacha). No es beneficioso llegar al punto de incomodidad extrema o dolor (aunque a veces es un buen propulsor) para incorporar cosas nuevas y dejar ir las que no van más con la persona que somos hoy. Pero para eso, creo que antes es necesario entender que la identidad no es algo inmutable, estático como columna, sino que puede cambiar las veces que lo elijamos y no por eso vamos a dejar de existir.



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