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  • Foto del escritorFiorella Levin

Amigos por correo



Se me ocurrió hace poco cuando, revisando el cajón que tengo destinado a todas los artículos de librería que tanto adoro (libritos, post-its, lápices, gomas, sacapuntas, stickers, papeles de carta, sobres, anotadores, etc), me di cuenta que aunque los uso bastante queda una pila grande de forma permanente, considerando que sigo comprando cada vez que veo algo lindo que vale la pena. Soy de las que piensan que las cosas están para usarlas, así fui educada por mis padres quienes no guardaban nada para "ocasiones especiales", ni un mantel, ni vajilla ni un buen vino, nada. Todo se usaba y lo que no, se regalaba.


También pertenezco a esa generación en la cual todo lo que se decía, aparte de verbalmente, iba escrito en un papel. Mamá me dejaba notitas en mi habitación o en la mesa de la cocina para avisarme que había algo rico en la heladera o que llegaba después de las 4pm. En mi vida adulta tampoco dejó de hacerlo, ni para mis cumpleaños, ni para regalarme una plantita "para que traiga alegría a tu nuevo hogar". Su mamá, mi abuela Anita, también nos escribía cartas cuando viajaba para instalarse en algún rincón del mundo donde se encontrara trabajando mi tío. Nos describía a mi hermana y a mi lo que había hecho durante la última semana, nos contaba acerca del clima, de lo hermosas que habían florecido las flores del jardín y de la cena paqueta de la que había sido parte junto a mi tío y su mujer. Amaba recibir noticias de mi abuela por carta, si estaba apurada mandaba alguna postal bonita y sino, llegaba un sobre blanco cuyos bordes vestían unas líneas azules y rojas y la leyenda "AIR MAIL" en el frente y dentro de éste un papel extraño, casi translúcido y bien finito, con esa letra de época tan característica que tenía mi abuela y que no guardaba detalles para describir lo que vivía en esas tierras lejanas.


Disfrutaba mucho recibiendo cartas por correo, era casi como un ritual que incluía mirar las estampillas coloridas (que luego terminé coleccionando) con algún sello del país de origen impregnado en el papel, mirar el contenido a trasluz para no cortar ni un solo pedacito de la hoja y una vez seguro, romperlo por arriba o por el costado. Cerca de mis doce o trece años, la moda -al menos de la gente nerd como yo- era tener un penfriend o amigo por correo. En tiempos donde no existía internet, la posibilidad de contactarte con un completo extraño que vivía en un país tan remoto como Grecia o Escocia y además intercambiar correspondencia en inglés, para mi era un lujo de pasatiempo. Así es que mantuve correspondencia durante algún tiempo con varios penfriends.


Con la llegada de internet, aquella magia se perdió. El email simplificó la vida moderna y la tecnología acortó los tiempos. Las colas que veo en la puerta del correo son de personas que cargan paquetes enormes que, supongo, son objetos vendidos a través de internet listos para ser despachados. El 2020 volvió a crear una distancia física muy real para todo el mundo, no solo por la cuarentena sino por toda la gente que quedó aislada producto del covid-19 u otra enfermedad, entre otros motivos. Y aunque el email sigue disponible para acortar las distancias, supe de mucha gente que sintió la necesidad de escribirse con otras personas. Por ejemplo, leí sobre un asilo de ancianos en Estados Unidos que pedía voluntarios para escribirles a aquellos abuelos que no tenían familiares cerca que pudieran visitarlos. Más tarde, me enteré de algunos artistas a quienes sigo, que intercambiaron correspondencia con otros artistas (Austin Kleon lo hizo, Pedro Mairal también). Acá en Argentina dos chicos crearon una web en la que conectaron de modo aleatorio a dos personas de sexos opuestos para escribirse mails y seguramente surgieron muchas otras iniciativas que tal vez no tuvieron trascendencia.


Vuelvo al hoy y de golpe se mezcla todo en un flash de imágenes, los recuerdos de mi infancia, las cartas de mis amigas del colegio, las de mamá, las de mi hermana, las de mi abuela, mis penfriends, mi cajón de artículos de librería... y pienso qué lindo sería volver a tener un amigo por correo. Alguien a quien no conozca para contarle algo de mi vida y viceversa. Alguien que, cada el tiempo que sea, haga que suene el timbre de mi casa para que baje a recibir una carta del cartero. Y cuando lo pienso dos veces, es totalmente posible, así que como buena buscadora, hoy mismo me pongo en campaña para abrir esta convocatoria y así tener un amigo por correo. O dos. O tres. ¿Quién se suma?



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