Doce días exactamente sin escribir. Con la frecuencia con que lo hago, para mi es un montón. Y es que entre la extensión sin fin de la cuarentena sumada al cansancio emocional y especialmente el hecho de estar sola me venían pinchando. La semana pasada, además, me tocó ayudar a un perrito que saltó de un segundo piso y cayó delante mío en la calle (milagrosamente se salvó y ya está fuera de peligro). Estuve triste, con ganas de ver a mis amigos y a mi familia. Pero también pasaron cosas lindas, en especial una que me llegó como un cálido mimo al alma.
En abril, mientras nos acostumbrábamos a esta nueva realidad del aislamiento y a raíz de una nota que sacó un diario, conversaba con una amiga recordando que de chicas ambas teníamos penfriends; esos amigos por correspondencia a quienes les contabámos nuestras respectivas vidas. Yo tenía una penfriend de Inglaterra y también otro en Nueva Zelanda. Siempre me gustó escribir a mano y esa era, además, la excusa perfecta para practicar inglés en épocas en que internet era un término casi desconocido. "Qué bueno sería tener un penfriend ahora" coincidimos con mi amiga Flori.
La semana pasada, en Mayo, recibí un mail que empezaba así: "Cómo estás? Ja! Me emociona escribirte. Y te cuento la secuencia. Apareció tu contacto como sugerencia de linkedin... por qué? No lo sé. No uso mucho esa red, pero aparentemente tenemos 3 contactos en común... Y no sé por qué cosas de la memoria que nunca me olvidé tu nombre. Creo en parte porque me crucé en la vida con un gran amigo con el que compartís apellido, y bueno, que él sea Levin me recordó siempre que vos sos Levin y que vos sos vos, jeje." El mail seguía y yo no tenía idea todavía quién me estaba escribiendo hasta que hacia el final, me contaba que hacía 22 años -ambos estábamos en el colegio- él y yo chateábamos en ICQ (si sos muy joven vas a tener que googlear); una de las primeras plataformas de mensajería instantánea online.
Cuando terminé de leer pensé en mi conversación con Flori sobre los penfriends, porque él fue la evolución de un penfriend analógico a uno digital. No recuerdo cuánto tiempo chateamos pero fue el suficiente porque cuando llegué a la firma del mail y leí su nombre y apellido, me acordé perfectamente de nuestras charlas. Sentí mucha alegría ante todo por su hermoso gesto y por todos los recuerdos de esa etapa que aparecieron en cascada: chatear hasta cualquier hora en la noche, el ruidito del modem para conectarse a Internet, la casa donde vivía con mis papás, mi increíble adolescencia... qué lindos tiempos.
Nuestras charlas continúan desde entonces y sigo pensando en el enorme poder que tiene la conexión humana, todas las cosas que se pueden despertar cuando le decimos a otro algo lindo, cuando ponderamos un talento, cuando somos agradecidos por el tiempo que alguien nos dedicó. Pequeños enormes gestos, como los llamo. Me hizo bien, muy bien, recibir semejante mimo en medio de este huracán de emociones que es la cuarentena. Es también un recordatorio para no quedarnos callados ni guardar el más mínimo comentario que tengamos para regalarle a otro, en definitiva somos todos humanos y desde nuestra naturaleza, todos queremos lo mismo, sentirnos amados.
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