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  • Foto del escritorFiorella Levin

Aliento en el gym

Hay muchos prejuicios acerca de la gente que va al gimnasio. Yo también los tuve durante un buen tiempo cuando entrenaba en alguno cerca de casa. Veía hombres y mujeres con físicos esculturales, sus músculos completamente marcados de tanto cargar peso y los observaba hacer sus ejercicios mientras ellos se miraban al espejo con cara de concentración, al tiempo que agitados exhalaban aire y las gotas de sudor corrían por sus físicos.


Pasé por muchos gimnasios y profesores de sala, aquellos que armaban una rutina por escrito, tal vez se tomaban tiempo para enseñarme a hacer los ejercicios pero luego me dejaban abandonada como un objeto en desuso, y finalmente yo hacía cualquier cosa con las mancuernas y las máquinas. También tuve algunos buenos profesores, de esos que se preocupaban por lo que realmente -y hoy entiendo- importa que es la técnica, hacer el movimiento de modo correcto, no solo para estimular al músculo de forma adecuada sino y más importante para evitar una posible lesión.


Hace cuatro años aproximadamente comencé a entrenar con mucha constancia en la sala de musculación de uno de los gimnasios más importantes del mercado, ahí encontré mi primer gran profesor que se mantuvo firme a mi lado, corrigiendo cada postura y alentándome a aumentar las cargas a pesar de mi temor a lastimarme, que también descubrí es un miedo bastante habitual entre las mujeres y en mi caso, tuve además varias lesiones por causa de otros deportes, es cierto que con los años nos volvemos mas cautos.


Con el correr del tiempo cambiaron las técnicas, el equipamiento y también la formación de los profesionales pero lo que no cambió fue esa imagen de la persona marcada mirándose en el espejo al entrenar, ni las exhalaciones ruidosas producto del esfuerzo. Con la experiencia, aprendí que, a pesar de que hay gente que utiliza los espejos para ver lo linda que está -y me parece bárbaro si a ellos les gusta- la mayoría de los que entrenamos nos miramos al espejo para cuidar que estemos ejecutando el movimiento de forma correcta y no por vanidad o ego. A fin de lograr que los músculos se vean, el esfuerzo al levantar peso es bastante explosivo, lo que significa que usualmente llegamos al límite de nuestra capacidad y así vamos corriendo el borde de nuestras posibilidades en cada entreno. Y si bien es progresivo, el entrenamiento es intenso y nos deja los músculos bastante cansados.


A veces, muchas de ellas, siento que no voy a llegar al número de repeticiones que debo ejecutar con el peso que estoy cargando (y que en el 90% de los casos, está combinado con otro ejercicio, lo que significa que el músculo ya viene cansado). En esos momentos uno saca el guerrero mental que nos alienta diciendo dale, una más y cuando hasta el guerrero se ausenta por agotamiento, llega el profesor que se pone de pie al lado nuestro y nos motiva a seguir. No siempre se puede, claro, y eso también es parte del aprendizaje, conocer los límites que tenemos en el momento del proceso en que nos encontramos, lo que implica decir basta y volver a acomodar las pesas donde van.


Hace poco descubrí algo que me dio mucha ternura y es que encontré a varios hombres, de los que conozco de vista por cruzarnos a diario en el mismo gimnasio, dándose aliento en voz alta. Entrenando al lado de ellos, los escuché decir, en una voz casi imperceptible, "bueno, vamos la última" o "una más", antes de comenzar la última serie. Hablarnos a nosotros mismos es algo completamente normal y lo hacemos habitualmente y del mismo modo, nos motivamos cuando necesitamos una palabra de aliento, como en este ejemplo. Tal vez la ternura es producto de ver una persona que, en apariencia, es fuerte y físicamente gigante pero que en el fondo necesita un empuje extra al igual que todo mortal.




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