Día de semana, 7pm entro a una farmacia a buscar varios medicamentos para calmar mi maldita alergia que se dispara- entre otras cosas- por este clima ventoso, cambiante y lleno de cosas que vuelan por el aire. Hay poca gente y me atiende una chica venezolana a la cual le hago algunas preguntas sobre la marca de uno de los remedios y luego del precio total. Ella contesta con una amabilidad que registro, especialmente porque hace dos días me quedé pensando en lo mal que me atendieron en el vivero donde habitualmente compro mis plantas. La mujer me pide, en el mismo tono cortés que antes, que envíe la receta al mail de la farmacia porque la necesitan impresa. Mientras hago lo que me indica, ella busca los remedios que me prescribe el médico. Abrocha la receta impresa, saca el ticket que le entrega la máquina, me pasa la hoja por la mampara plástica y una vez más, con una voz cálida y de muy buena gana, me pide que complete con todos mis datos. En lo que dura el intercambio, sus modos me hacen sentir bien y pienso "qué amable es esta chica".
Devuelvo la hoja, ella pone todas las drogas en una bolsa azul, cierra con una alarma y me la extiende con un "que tengas un muy buen día". Mientras recibo el paquete la miro y le digo "muchas gracias, la verdad me atendiste muy bien, sos muy amable y hay que decirlo porque no sucede a diario". Ella sonríe, se pone contenta con mi comentario y mientras pienso que hice bien en reconocer su amabilidad, una voz de señora que llega desde detrás mío dice "yo también lo digo cuando me atienden bien".
Me encanta esta breve historia porque es la muestra del gran impacto que podemos generar todos con pequeños actos, con poner el acento cuando el otro hace algo que nos gusta, cuando le hacemos saber que estamos registrando todo lo que sucede. Y a su vez, alguien estaba registrando mis palabras también. Siempre, siempre, hay alguien mirando.
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