top of page
  • Foto del escritorFiorella Levin

38

El año pasado, convencida por un grupo de amigas, fui parte de un equipo de fútbol que apenas terminaba de formarse. Para dimensionar mi fanatismo por el fútbol, me presenté con el entrenador confesándole mi verdad: que no me gusta el fútbol y que, a pesar de vivir en un país tan futbolero, no conozco las reglas en detalle, mi objetivo era simplemente divertirme. Era fines de invierno, el césped de la cancha resbalaba mucho en esa hora en que cae el sol y el pasto se pone húmedo y comprobé que mis zapatillas constituían una amenaza corriendo en ese campo traicionero. Acepté que me prestaran unos botines temporarios pero si quería continuar, tenía que comprarme los míos. Encaré la idea con poco entusiasmo y aún recuerdo la conversación extraña que mantuve con el vendedor de botines del negocio deportivo donde los terminé comprando (aparentemente le hice preguntas muy elementales) pero pensando en el torneo que se jugaría en Abril 2020 era buena idea contar con un par propio. Así compré mis bellos botines amarillos con fueguitos color naranja y negro, talle 38.


Para mediados de enero de 2020 no había un calendario estipulado de entrenamientos fijos y el entrenador, además, nos comunicó que por un tema de horarios no iba a poder continuar coacheando a nuestro equipo. Por otro lado, los entrenamientos eran en Pilar dos o tres días a la semana y mis prioridades deportivas para el 2020 incluían seguir aumentando masa muscular en el gimnasio y volver a correr varias carreras de running, tenía todos los días ocupados con algún deporte. Y entonces me sinceré, porque el motivo por el cual incursioné en el fútbol siguió siendo en todo momento mi amistad con mis amigas, por lo que, para febrero, avisé que no iba a formar más parte del equipo.


Me quedaron mis hermosos botines amarillos fuego que, sin dudarlo, publiqué a la venta como casi nuevos en Mercado Libre con la idea de recuperar algo del dinero. Llegó marzo, pandemia, "15 días más", "otros 15" y llegando a la recta final del año, atravesada por fuertes emociones producto de tanto dolor, tristeza, pobreza y horror producto de la pandemia, me acordé de mis botines. "No voy a venderlos, los voy a donar", decidí. Pero esta donación, más allá de su valor monetario, implicaba dárselos a alguien que realmente los fuera a usar... ¿y a dónde los dono?


Sin respuesta, guardé mis botines en una bolsa que colgué del perchero del pasillo, donde dispongo todas las cosas que junto con el tiempo para donar y luego, en algún paseo con mi perro Simón, entrego a una chica, un chico o una familia de las tantas que lamentablemente hoy buscan algo rescatable de los tachos de la basura. Recuedo que bajé un par de bolsas con elementos de cocina o ropa, pero los botines quedaban colgados, a la espera del turno de su futuro beneficiario.


Esta semana volvieron a poner las campanas verdes a mi barrio y una tarde bajé las varias bolsas que tenía repletas de envases reciclables. Cuando estoy llegando, veo que un chico de contextura chica y no más de veinte años que acababa de revolver el tacho, cierra la tapa y se va caminando. Me acerco al tacho, levanto la tapa, deposito las tres bolsas y cuando me estoy alejando veo que el chico está parado a pocos metros detrás mío, esperando que me vaya en lo que, supongo, es para revisar qué llevé. Horrible momento.

Ya caminé algo así como treinta metros de vuelta para volver a mi casa y de pronto pienso "los botines". Me doy vuelta, apuro el paso, lo alcanzo.


"Hola", le digo, "tengo algo de ropa de mujer para donar, ¿te sirve?", arranco como para introducir el tema.


"Bueno, dale", me contesta


Con un gesto de manos le indico que me acompañe una cuadra hasta donde vivo y mientras le hago preguntas sobre su vida- ¿cómo te llamás?, ¿desde donde viniste?- le observo los pies.

Y toca hacerle la única pregunta que realmente quiero hacerle desde que lo ví: "¿Cuánto calzás Nicolás?", digo.

Y antes de que me responda, ya sé la respuesta, porque siento desde hace dos minutos cuando recordé el asunto, que esos botines tienen su nombre.


-"38", me contesta


Yo no creo en Dios, pero sí creo en los milagros, en que hay un algo maestro, superior, llamalo dios, energía, universo... hay algo omnipresente. Porque lo de ese día y la cara de Nicolás fueron magia.




Publicar: Blog2_Post
bottom of page